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lunes, 21 de julio de 2008



EL INFORME.

Era jueves por la tarde, la semana casi estaba terminando, sentada delante del ordenador, intentaba sacar fuerzas de flaqueza para grabar los datos que me servirían como base del informe que tenía que preparar para el lunes. Necesitaba estirarme un poco, así que me levanté y me dirigí al área de descanso de la oficina. Había un grupo de compañeros hablando de fútbol, me preparé un café y volví a mi mesa. Cuando estaba llegando oí sonar mi teléfono. Con el cafe en la mano aceleré el paso y lo alcancé antes de que se cortara la llamada:

-¿Si? -dije mientras iba rodeando la mesa intentando sujetar al mismo tiempo con la otra mano el café, el cable del teléfono y un bolígrafo que había salido rodando y estaba a punto de caer al suelo.

-¿Tienes el informe de la presentación de ayer? -Dijo mi Jefe al otro lado del hilo telefónico.

-No, precisamente estaba trabajando en ello. Prácticamente ya tengo todos los datos así que mañana lo preparo y el lunes a primera hora lo tengo listo tal y como acordamos.

-Olvidate de eso. Lo necesito para mañana a primera hora así que dejalo hoy sin falta en mi mesa.

-Bueno pero, eso no.... -Comencé a balbucear mientras pensaba que, llegados a este punto, cualquier cosa que dijera no serviría para nada.

-Adiós. -Escuche al otro lado.

Colgué el teléfono y me quede con el café en la mano, mirando al frente, sin ver nada y pensando en todo. No sabía como iba a salir de aquello, pero la cosa no se presentaba fácil. Miré el reloj, las seis y veinte. Mi hijo tenía fiebre y yo tenía que ir a la farmacia, comprar algunas cosas en el supermercado y pasar por el cajero sin falta. Bueno, primero tenía que terminar un informe que ni siquiera había empezado. Como la mayoría pensé: "El día que me toque la primitiva... Vamos, y si no me toca a mi, que le toque a otro que yo se y que se vaya él, que así de rebote también recibo yo un premio". Pensé muchas más cosas y luego me puse a trabajar.

Poco a poco todos mis compañeros se iban marchando:

-¡Hasta mañana! -me iban diciendo uno tras otro- No trabajes tanto y vete a casa que no vas a heredar esto.

- ¡Je je!. No si eso lo tengo claro pero tengo algunas cosillas que terminar. ¡Hasta mañana! -Les contestaba mientras deseaba que se fuera el último para acabar con aquella agonía.

Eran ya las ocho y media de la noche, había llamado dos veces a casa para saber que tal estaba el niño, pero volví a llamar y esta vez hablé con él:

-¡Hola peque! ¿Cómo estas?

-Mami estoy malito y tengo "ocho de fiebre". ¿Tu ya vienes?

-No, todavía tardaré un poquito más, pero te llamo más tarde para ver como sigues ¿Vale?

-Vale mami, pero ven pronto.

-Si chiquito, tan pronto como pueda. Te quiero.

-Si mami y yo tambien. ¿Y tu me traes un huevo Kinder?

-Si yo te lo llevo. No te preocupes.

Cuando colgué el teléfono me sentí la peor madre del mundo. ¿Cual era mi principal obligación mi hijo o el informe?. ¿Que pasaría si apagaba el ordenador, cogía mi bolso y me iba a casa para cuidar de mi hijo?

Eran las nueve cuando entró la señora de la limpieza:

-Buenas noches. -me dijo- ¿Otra vez por aquí a estas horas?

-Buenas noches -contesté- Si, la verdad es que se me acumula el trabajo y últimamente no veo el fin. Pero bueno, ya estoy terminando.

-Pues eso es lo que tiene que hacer, terminar e irse a casa, que está empezando a llover y se acabará cerrando la noche en agua. Además usted tiene que andar por carretera. ¿Cuanto tarda en llagar a su casa? -me preguntó.

-Si no hay mucho trafico, unos treinta minutos, tampoco es tanto.

-Bueno, pues venga, termine y se va usted ya mujer. -me dijo mientras iba manipulando su cubo, su fregona, y todos los demás utensilios que llevaba en el carrito de limpieza.

Acababa de terminar cuando miré el reloj, eran las diez y cuarto de la noche. Estaba tan cansada, que de buena gana me hubiera quedado a dormir en uno de los sillones de la recepción, pero tenía que llegar a casa. Estaba deseando ver a mi hijo así que imprimí el informe, lo coloqué en una carpeta y lo puse sobre la mesa de mi jefe. Apagué el ordenador y me dirigí hacía la salida.

Sabía que estaba lloviendo, desde la ventana lo había podido ver, pero nada comparable con lo que estaba cayendo en ese momento. El ruido del agua sobre la cúpula del vestíbulo resultaba atronador. A través de la cristalera pude ver los primeras ráfagas de lo que parecía ser una tormenta de otoño bastante considerable. No sabía que hacer, no tenía paraguas y mi coche estaba bastante lejos. Si esperaba más podían pasar dos cosas: Que amainara o que empeorará. En ambos casos tardaría más en llegar a casa, así que abrí la puerta y empecé a correr mientras pensaba: "Para colmo hoy me he puesto los zapatos con más tacón. ¡Dios mio no permitas que me caiga!. Ya casi llego, ya casi llego". Cuando por fin llegué al coche sana, salva y empapada, la tormenta ya estaba en pleno apogeo. Los rayos iluminaban el aparcamiento hasta conseguir que, por unos segundos, pareciera de día. Mi pelo no dejaba de gotear sobre las manos, y estás sobre el volante. Estaba tiritando y a duras penas conseguí arrancar el coche y encender la calefacción.

Estaba aparcando justo delante de una farmacia 24 horas cuando me pregunté: "¿Cómo he llegado hasta aquí? No recordaba haber pasado por casi ningún sitio de los que había tenido que pasar para hacerlo". Sentí miedo y pensé "Estamos vivos de milagro". Compré la medicina para mi hijo y luego fui a un cajero cercano. No pertenecía a mi banco, así que me cobrarían comisión por sacar efectivo pero, a estas alturas, tampoco me iba a morir por 5,40 €. Mientras esperaba el dinero, me quedé mirando a un gatito que se resguardaba de la lluvia debajo de un coche. Estaba sólo y, posiblemente, todavía era cachorro. Me enterneció mucho la carita con la que me miraba y pensé: "Pobrecito, por lo menos tu no tienes que hacer informes".

La tormenta ya no estaba tan cerca. Por lo visto habíamos tomado direcciones opuestas. Ya tenía el dinero, sólo me quedaba el huevo Kinder, así que, forzosamente, tenía que pasar por la gasolinera para comprarlo. Así lo hice. Como la mayoría de las madres en mis circunstancias, y en previsión de lo que pudiera ocurrir al día siguiente, no compré uno sino dos. Uno para hoy y otro para mañana. Imagino que el segundo huevo kinder, el de reserva, es el que mi subconsciente utilizó para acallar mi mala conciencia de madre.

Por fin llegué a casa, mi hijo ya estaba dormido. Tenía menos fiebre y había cenado algo. Estaba mejor, pero dormido. Me duche con agua bien caliente, me puse el pijama y me acosté a su lado. Le abrace contra mi pecho y al notar su cuerpecito tibio tan frágil, sentí que le había fallado y rompí a llorar mientras, como fotografías, venían a mi mente imagenes del día: La llamada de mi jefe, la vocecita de mi hijo, el frío en el coche, la cara del gatito sólo... El cansancio me rindió y me quedé dormida mientras lloraba.

El día amaneció claro y soleado y el niño ya no tenía fiebre. Le di el desayuno y el huevo Kinder antes de despedirme de él y decirle: "Pase lo que pase, te prometo que hoy vuelvo a casa temprano". El me miró con sus grandes ojos y se limitó a asentir con la cabeza. Le besé, cogí el bolso y salí de casa con el convencimiento de que no me había creído.

Después de superar un atasco y la cola de la gasolinera, llegué a la oficina. Recogí mi correo en recepción, me puse un café y me dirigí a mi despacho. Para llegar tenía que pasar primero por el de mi jefe, así que pensé comentarle algunos detalles del informe antes de nada pero, cuando entré en su despacho, mi jefe no estaba. No había llegado. El informe seguía encima de la mesa tal y como yo lo había dejado la noche antes. Miré a su secretaria con gesto de interrogación al tiempo que, con mi mano derecha, con la que sostenía el correo, señalaba la silla de mi jefe.

-No está. Hoy no viene. Esta en Madrid y no vuelve hasta el Lunes. -me dijo sonriendo-

-¿Qué esta dondeeee? -casi grité-

-En Madrid. ¿No lo sabías? Le saque los billetes el Martes. Pensé que te lo habría dicho.

Entré en mi despacho y lancé el correo y el bolso sobre mi mesa. Tenía un nudo en la garganta resultado de una mezcla entre tristeza, ira y remordiemientos. Me acerqué al ventanal mientras tomaba el café. "Sin duda -pensé- a partir de ahora, compraré los huevos kinder de uno en uno.  Nunca más tendré motivos para comprar dos".