Visitas

miércoles, 19 de octubre de 2011

PINOCHO FUE A PESCAR

Aquella tarde, Prudencio Santos se sentó en el sofá de piel del inmenso salón de su casa. Pensó servirse algún licor mientras esperaba a Marta, su esposa, que estaba terminando de arreglarse, pero finalmente desistió de la idea. Seguro que en lo mejor de la copa saldría ella diciéndole, que si era temprano para beber, que no olvidara que tenía que conducir, que si la noche iba a ser muy larga… En fin, pensó Prudencio, una copa más o menos tampoco tiene tanta importancia, ya la tomaré después”. 
Se levantó y se colocó delante del espejo del aparador, que ocupaba uno de los laterales de la estancia, para arreglarse el nudo de la corbata. Era alto, de aspecto robusto, con un abundante cabello negro y corto, bien peinado y salpicado de algunas canas que, como le había dicho recientemente su madre, brillaban  como estrellas fugaces en una noche sin luna. Su nariz, no demasiado grande, era ligeramente aguileña, y sus ojos, del color verde de los bosques del norte, aun no siendo grandes, mantenían el brillo de la adolescencia a pesar de haber cumplido ya los cuarenta. Sus labios, carnosos y bien dibujados, eran de un tono entre sonrosado y violáceo, y sus dientes, grandes y parejos, se dejaban ver en su boca entreabierta, mostrando unos incisivos superiores, blancos y ligeramente mayores que el resto. A pesar de su actitud humilde, tenía una elegancia innata, que se ponía de manifiesto en la forma de moverse dentro de aquel traje de alta costura, que lucía como si de un pijama se tratara. Como si toda la vida hubiera usado aquella ropa.
El teléfono móvil sonó y Prudencio se apresuró a contestar la llamada. Era Ignacio Arteta, el abogado de la familia de su esposa y, por ende, del holding empresarial que había construido su suegro en los últimos cuarenta años.
—Hola Ignacio
—Hola Prudencio ¿Cómo te va?
—Bien ¿Tienes noticias? ¿Has consultado el registro?
—Si. La empresa está limpia, en la ruina, pero sin deudas ni hipotecas. Es un gran negocio, tienes que hacerte con ella como sea.
—Ya lo sé. Lo sé. Pero no es tan fácil. Todavía no están plenamente convencidos de querer deshacerse de ella y, además, el pobre Herranz se aferra a ella con tal entusiasmo que me parte el corazón. Ha invertido en esa empresa todos los ahorros de su vida. Ha sido una pena que ninguno de los cuatro vividores que tiene por hijos, haya sido capaz de trabajar para sacar adelante el sueño de un padre que ha luchado sin descanso, desde que era un niño, para poner a los pies de esos impresentables, no solo su fortuna, sino sus ilusiones, y eso si que no tiene precio.
—Vale, vale. —Le interrumpió el abogado— ¿No me dirás que te da pena? ¡Joder Prudencio! Que soy yo y somos amigos, pero si tu suegro te oye hablar así, créeme que, como mínimo, te pone cicuta en el postre de esta noche. ¡Venga hombre! Espabila que nos estamos jugando el tipo. No seas tan honesto.
—Si si, no te preocupes, sólo estaba pensando en voz alta. Nos vemos luego en la cena.
—Nos vemos. Hasta luego.
Prudencio volvió a sentarse en el sillón y se inclinó hacia delante mientras apoyaba su rostro sobre las manos. No podía dejar de pensar en aquel pobre hombre y en lo que tendría que hacer si quería sobrevivir. Le recordaba a su padre, y eso, le hacía experimentar una angustia mayor de la que ya sentía ante las circunstancias que rodeaban al anciano.
Los pasos de su mujer que se acercaba desde el pasillo le hicieron volver al momento real en el que se encontraba:
—¿Qué tal estoy? —Preguntó Marta entrando en el salón y girando sobre si misma mientras esperaba el beneplácito de su marido.
—Como siempre: Guapísima. Te favorece mucho ese color malva. Estas preciosa. —Dijo Prudencio de manera pausada, mientras se levantaba para acercarse a su mujer.
—¿Sabes Pruden? Te parecerá mentira, pero estoy nerviosa. Es un día muy importante para mis padres. Toda una vida juntos. ¿Eres capaz de imaginarnos a ti y a mi dentro de cuarenta años?
Prudencio sonrió, mientras acariciaba el brazo desnudo de su esposa, en un vano intento de encontrar algo de consuelo, algún gesto que le hiciera ver que aún era importante para ella. Luego, tomando la mano de Marta, la acercó a sus labios mientras la giraba para depositar un beso en su palma. Fue un beso suave y largo que consiguió desconcertar a la mujer. Después, mirándola fijamente a los ojos le dijo:
—Claro que soy capaz de imaginarlo.
—Eres siempre tan asquerosamente equilibrado, tan sumamente apacible, que a veces me pregunto si alguna vez ha habido algo que te haya sacado de tus casillas. —Dijo Marta mientras le miraba con cierto desdén— Bueno, a estas alturas de nuestras vidas, —continuó hablando mientras daba la espalda a su marido para coger su pequeño bolso— no seré yo quien me sorprenda ante tu incuestionable mansedumbre. Vamos, salgamos ya, tenemos que pasar por la joyería del centro comercial de camino a casa de mis padres. Tengo que recoger los regalos.
—Bien, vamos saliendo entonces. —Dijo Prudencio mientras colocaba el abrigo sobre los hombros de su esposa.

…/…

La gente iba y venía en un vertiginoso entrar y salir de las diferentes tiendas del centro comercial, mientras Prudencio, seguía pacientemente a su mujer que caminaba hacía la joyería.
—Espero que haya llegado todo. —Dijo Marta casi en un suspiro.
—Al final escogiste los relojes de oro y zafiros ¿Verdad?
—Si. Bueno, el de mamá lleva algunos rubíes. Es una preciosidad.
Entraron en la joyería y mientras Marta preguntaba por su encargo, Prudencio, sacó del bolsillo interior de su chaqueta la BlackBerry para comprobar si, finalmente, había recibido algún nuevo correo sobre la oferta de compra de la empresa de reciclaje de vidrios que había presentado esa semana. Su suegro tenía un interés especial en hacerse con ella, así que no tenía más remedio que jugar bien sus cartas para cerrar el trato lo antes posible y de la manera más beneficiosa, sin embargo, cada día le costaba más entrar en las negociaciones que conllevaba cualquier transacción de esas  características. Si fallaba otra vez, su suegro le vapulearía hasta la saciedad.
—Pruden…
—¿Si? —Contestó Prudencio sobresaltado
—Cariño, ¿Puedes regresar de tu mundo y hacer un poco de caso a tu mujer? —Preguntó, con un tono falsamente cariñoso, Marta mientras sonreía— ¡Ay Javier! —continuó, dirigiéndose al propietario de la joyería esta vez y dando a sus palabras un matiz de resignación — ¿Puedes creer que mi marido anteponga esa maquinita fría y aséptica a su esposa y a esta maravilla de relojes?
—Lo siento cielo —contestó Prudencio un tanto azorado— Son una preciosidad. Como siempre, has tenido un gusto exquisito. Estoy convencido de que tus padres se sentirán profundamente emocionados cuando se los entregues.
—Bien Javier —dijo Marta al propietario de la joyería— No se hable más. Por favor envuélvelos para regalo.
…/…

Cuando llegaron a casa de los padres de Marta, toda la familia estaba sentada en el salón tomando una copa antes de la cena.
—Por fin ha llegado mi pequeña Marta —Dijo Gregorio Carranza, mientras se levantaba con dificultad del butacón más cercano a la chimenea,  intentando desplazar su enorme y seboso cuerpo hacia donde estaba su hija, que para entonces, ya había cargado a Prudencio con el abrigo y la bolsa de la joyería.
—Hola papi. Hola mami —dijo Marta, besando primero a su padre y acercándose al otro butacón para besar a su madre— Prudencio, ¡Por Dios! —continuó diciendo Marta, soltando una enorme carcajada— suelta ya mi abrigo y quítate el tuyo que pareces el mayordomo.
La risa se hizo extensiva al resto del grupo, que observaban a Prudencio como si, en cualquier momento, pudiera sacar de la bolsa que sostenía, un sombrero lleno de cascabeles y convertirse en el hazme reír de los Carranza, dando volteretas sobre la alfombra, como un triste e insignificante bufón.
Prudencio pensó entonces en su vida, en su infancia en aquel pueblecito de Asturias donde su madre zurcía, cada noche, sentada al calor de la lumbre, los calcetines que el rompía jugando al futbol con aquella vieja pelota de trapo que le había hecho Marcelino, el cabrero. Ahora, tenía un buen coche, una casa magnifica en la mejor zona de Madrid y era socio del club de golf más prestigioso del país, sin embargo, a pesar de todo, su vida era lineal y rutinaria, un viaje sin sentido hacia ninguna parte, como un ritual de emociones y sentimientos contenidos, que los demás habían creado para que el llevará a cabo a la perfección, como una triste canción infantil.
De pronto, Prudencio lanzó la bolsa de la joyería y el abrigo de Marta sobre dos de sus cuñadas y, sin dejar de mirar a su mujer, que no daba crédito a lo que estaba ocurriendo, comenzó a cantar casi en un susurro, ante las desconcertadas miradas de todos los presentes:
Pinocho fue a pescar
al rio Guadalquivir,
se le cayó la caña
y pescó con la nariz.
Cuando llegó a su casa
nadie lo conocía
tenía la nariz
como un tranvía.

lunes, 13 de junio de 2011

CINTAS DE COLORES

Me llamo Salvador Encino y soy escritor.  Nací en un pueblecito del sur, donde la luz de sol se reflejaba, casi con soberbia, sobre el blanco de las casas y el ocre de los campos. En mi tierra, los ríos estaban tan vivos, que corrían  veloces y ruidosos, como si tuvieran prisa por llegar al mar para endulzarlo. La gente se sentaba en sillas de enea para tomar el fresco en las puertas de sus casas, mientras, los chiquillos, correteaban por las calles jugando con sus aros, observados por los ancianos que, apaciblemente,  veían pasar la vida con el sosiego que dan los años, disfrutando de cada instante, sin pensar en lo rápido que avanzaban los tiempos o en los días que les quedaban por vivir. Las abuelas  dormían  la siesta en las mecedoras, y las puertas de las casas estaban abiertas, como las almas de los que las habitaban. Allí, en el sur, donde se bebía el agua fresca de los búcaros, los días transcurrían con un compás diferente.
Mi pueblo tenía una preciosa rivera de agua fresca y cristalina donde, cada primavera, se celebraba la Romería de la Virgen de las Flores. Los jóvenes, montaban a caballo intentando conquistar a las muchachas a las que rondaban desde hacía tiempo. Las familias, se reunían alrededor de una humilde comida que las mujeres habían preparado la noche antes y, después de comer, todos cantaban y bailaban hasta que el día se iba apagando y el relente acariciaba el prado, dándole a entender, que la luna vendría pronto para beberse la débil  luz que el sol brindaba a esas horas.
Mi madre era menuda y ágil como un gorrioncillo, pizpireta e inquieta, pronta en sus actos y dulce y suave en el trato. Siempre parecía que le faltaba tiempo para hacer todo lo que tenía pendiente. Cantaba bajito, como si le hubiera robado la voz a alguien y tuviera miedo de ser descubierta.  Siempre cantaba, mientras  perfumaba la ropa con espliego y la planchaba con su vieja y pesada plancha de carbón, cada vez que regaba el centenar de plantas que adornaban el patio de nuestra casa, mientras majaba el gazpacho en el lebrillo de barro durante el largo y caluroso verano… ella siempre cantaba. Tarareaba coplillas antiguas cada vez que se limpiaba las manos en su delantal de rayas azules y blancas, cuando se prendía una moña de jazmines sobre su pelo oscuro cada tarde, o mientras estaba sentada a la sombra del viejo laurel zurciendo nuestra ropa. Cantaba y recorría la casa de un lado a otro, dando vida y luz a todo cuanto tocaba, a todos los que amaba.
Yo fui feliz en aquel pueblo.  Me gustaba mi casa, y el viejo brasero de cisco picón que mi abuela encendía cada tarde de invierno, para que todos, sentados alrededor de la mesa camilla, pudiéramos calentarnos cuando volvíamos de nuestras labores en el campo. Mi casa olía a alhucema, a pan recién hecho, a sabanas limpias y a jabón verde. Todavía puedo recordar el sabor de las torrijas y del arroz con leche de mi tía Consuelo. Era el sabor dulce de sentirse en casa, el sabor de tiempos felices.
Yo tenía un caballo tordo que se llamaba Revirao porque siempre caminaba con la cabeza ladeada. Mi padre le puso el nombre cuando lo compró en aquella feria de Córdoba para que aprendiéramos a montar. Podías dejarlo en cualquier sitio del mundo que él siempre sabía volver a casa. Me gustaba cepillarlo, y a él le gustaba poner su cara en mi pecho y empujarme hasta hacerme caer, entonces, yo me levantaba y le empujaba también.
Yo tenía tres hermanos mayores y una hermana menor que siempre se cepillaba el pelo. Era muy guapa y ayudaba a mi madre en la cocina. Ella quería estudiar, pero mi padre no la dejó porque no quería que se fuera del pueblo. Un día se murió, y mi madre ya no volvió a cantar. Nunca más volvió a regar las plantas del patio y su pelo se volvió gris. Yo…
—Continua papá, lo estás haciendo muy bien
—Mi novia se llamaba Rosario. Era una chica guapa, pero era muy flaca y un poco más alta que yo. A mi padre no le gustaban las mujeres altas y flacas, pero quería mucho a Rosario, por eso ella le cuidó hasta su muerte. Era una buena chica, y cuando nos  casamos fue una buena esposa y también una buena madre. Tuvimos dos hijos, pero ahora no sé dónde están, no sé dónde han ido los tres, no lo recuerdo…
—Tuviste dos hijos y una hija papá, yo soy tu hija, Sofía, ¿Recuerdas? Mamá está en la cocina preparándote la merienda. Siempre tomas una taza de leche y unas galletas. Estás en casa, con tu familia.
—Mi casa olía a jabón verde yo tenía un caballo y Rosario era flaca pero mi madre no sabía leer y yo le leía las cartas de mi hermano pero ahora yo no sé qué hora es  y tengo que volver a casa porque mi hermana se murió en agosto…
—Muy bien papá, muy bien, tranquilo, hoy te has esforzado mucho con tus recuerdos. Estoy muy orgullosa de ti, muy orgullosa. Ahora haremos los ejercicios con las tarjetas ¿Las reconoces? —Dijo Sofía mostrándole a su padre un mazo de fotografías plastificadas.
—Fotografías. —Contestó el hombre con la mirada perdida.
—Si, eso es papá, fotografías.  A ver, dime qué es esto. —Pidió Sofía mostrando al hombre  la  fotografía de un tenedor.
—Es… ¿Un tenedor?
—¡Si! Muy bien, es un tenedor. Lo estás haciendo estupendamente papá. Ahora dime, ¿Qué es esto? —Preguntó mostrando la fotografía de un árbol.
—Mi caballo Revirao sabía volver sólo a casa. A mi me gustaba cepillarlo. Mi tía consuelo me hacía arroz con leche…
—Papá —casi susurró Sofía, conteniendo las lágrimas mientras acariciaba la mano del hombre— mira esta foto, por favor papaíto, dime que ves en ella.
El hombre se frotó los ojos con los nudillos de sus grandes dedos índices y luego se llevó la mano izquierda a la boca, al tiempo que, mecánicamente, con la mano derecha, se atusaba el abundante pelo blanco mientras miraba, fijamente, la fotografía que le mostraba su hija. Su cara arrugada y casi inexpresiva, se tornó triste y cansada, como si admitiera la derrota en la lucha diaria por rencontrarse consigo mismo y con su historia, como si identificar aquel árbol, fuera algo poco menos que imposible para su mente quebrada.
—Papá, no te preocupes, es un árbol. —Dijo dulcemente Sofía— ¿Lo ves? Un árbol.
—Es un árbol. —Repitió Salvador con una sonrisa forzada— Es un olivo. En mi pueblo había muchos olivos.
—¡Si es un olivo! Y es cierto, en tu pueblo había muchos olivos. Lo estás haciendo muy bien. Ahora dime que letra es esta. —Pidió Sofía mostrando a su padre un pictograma de la letra “A”.
—Es una letra
—Eso es, muy bien, dime que letra es.
—Estoy cansado, quiero dormir.
—Está bien papá, te dejaré descansar un rato.  Después, cuando tomes tu merienda, te llevaré con Marcia para tus ejercicios de sicomotricidad.
—No sé quién es Marcia
—Marcía es tu terapeuta, pero no te preocupes papá,  yo te acompañaré. —Dijo Sofía mientras se levantaba de su silla y rodeaba la mesa para abrazar con fuerza a su padre, que permanecía inmóvil con las manos sobre los brazos del sillón— Voy a la cocina con mamá. Descansa un poco. Te quiero papá.
—Y yo te quiero a ti. Tu eres mi niña Sofía, mi chiquitilla morena. Eso puedo recordarlo. No dejes que lo olvide.
—No lo haré papá. —Dijo Sofía llorando mientras, arrodillada en el suelo, apoyaba la cabeza sobre el hombro de su padre, como si le faltaran las fuerzas— Te lo prometo, no lo haré.
Caminaron por un corredor extremadamente luminoso, lleno de plantas y cuadros de hermosos paisajes. El suelo abrillantado en el que Sofía podía ver reflejada su imagen y la de su padre, se había convertido en un espejo borroso, testigo del andar taciturno de Salvador, encaminándose hacía un futuro gris y frio desde un pasado que se desvanecía a cada paso, y que cada día era más difícil de recordar.
Finalmente llegaron al gimnasio, donde una joven mulata les recibió con efusividad.
—Buenos días Salvador. —Dijo mientras se dirigía hacia el hombre y le tomaba de la mano— Hola Sofía. —Continuó diciendo mientras se giraba para saludar a la joven, que le devolvió el saludo con un leve movimiento de cabeza— Bien, vamos a comenzar con un poco de bicicleta ¿Qué te parece? ¿Te apetece pedalear un poco?
El hombre caminó de la mano de Marcia y subió a una de las bicicletas estáticas que se encontraban al fondo de la sala.  Se sentó y, con la mirada en un punto fijo, inició un pedaleo lento y cansado.
—¿Que tal ha ido hoy el día? —Preguntó la terapeuta a Sofía.
—Prácticamente igual. Comienza a recordar y define perfectamente lo más lejano, incluso sensaciones muy concretas, luego, a medida que va avanzando en el tiempo, los recuerdos se hacen más difusos y su forma de relatarlos mucho más parca, hasta que comienza a desvariar y se pierde por completo tanto en el tiempo como en los conceptos.
—En el patio de mi casa había un olivo con cintas de colores con cintas de muchos colores eran de mi hermana que se murió un mes de agosto y mi madre le puso en el ataúd las cintas de colores. —Decía Salvador desde el fondo del gimnasio sin dejar de pedalear, mientras continuaba mirando el mismo punto fijo que miraba cuando se sentó en la bicicleta.
—Llevo años ayudándoles con esto, y no acabo de acostumbrarme. El drama no es que la enfermedad les niegue el futuro, sino que consigue distorsionar todo su pasado. Es un monstruo que se alimenta de historias. —Dijo Marcia.
—Desaprender toda una vida mientras, sin saberlo, esperas la muerte. —Dijo Sofía sin dejar de mirar a Salvador— Pero a él no le pasará, mi padre es escritor, tiene cientos de historias, ese monstruo  lo tendrá muy difícil,  no podrá con todas.

sábado, 29 de agosto de 2009

N9 - 3º Puerta - A (Capitulo VI y último)




El teléfono sonó en el salón e Isabel se levantó para contestar:

-¿Si? Hola. Si, ya ha llegado. ¿Mañana a las once? Vale, no te preocupes nosotras se lo decimos. Salimos ahora mismo. Un beso.

-¿Qué te ha dicho? –preguntó Andrea a su hermana.

-El entierro es mañana a las once, primero le darán un responso en el tanatorio, sobre las diez y media. Le he dicho que nosotras se lo comunicaremos a la gente de la universidad. De todas formas la compañía de seguros ya ha gestionado la publicación de la esquela –contestó Isabel.

-No puedo creer que esto este pasando –dijo Andrea rompiendo a llorar- No puede ser verdad que se haya ido de esta manera. La última vez que nos vimos estaba mucho mejor. Incluso vi como limpiaba los pinceles para volver a pintar. Estuvimos hablando de muchas cosas y por primera vez, desde hacía tiempo, había recobrado la ilusión, las ganas de vivir.

-Era una persona muy especial. – dijo Isabel sonriendo amargamente- Sabía muy bien como esconder su sufrimiento. ¿Crees que en algún momento habría permitido que nos diéramos cuenta de lo mal que estaba? Jamás hubiera consentido que su estado de ánimo hubiera provocado un cambio en nuestras vidas.

-¿Nuestras vidas? Creo que una gran parte de la mía se la ha llevado consigo. Ya no será nunca lo mismo. Me siento triste, enfadada y sola. Me siento tan sola que quisiera cerrar los ojos y no volver a abrirlos nunca más.-dijo Andrea.

-Andrea -dijo Isabel intentando consolar a su hermana- ha sido un duro golpe para todos, pero piensa en lo que decía papá: “Si recuerdas con cariño a una persona que se ha ido, volverá cada vez que la necesites, siempre la tendrás a tu lado, siempre hasta el final de tus días”.


-Pues que me perdone papá donde quiera que esté, pero eso no me sirve. Y perdóname tu también pero ya no soy una niña. No me trates como si tuviera diez años. Acaso crees que me servirá de consuelo salir esta noche al balcón y pensar que no se ha ido, que esta en aquella estrella mirándome y sonriendo. ¡Vamos hermana no me vengas con historias! La gente se muere, se va y no vuelve nunca más, y los que nos quedamos aquí sentimos tanta impotencia, que te prometo que si creyera en Dios me volvería atea en este mismo instante. He visto la miseria y la grandeza del ser humano más de una vez. He visto niños de no más de dos años bebiendo agua de los charcos que la lluvia dejaba en la calle mientras su madre caminaba detrás con un bebe en sus brazos y otro en su vientre. He visto a gente convivir con ratas y tratarlas con la misma naturalidad con la que tu tratas al camarero que te sirve tu café y tu croissant cada mañana. He visto gente morir, y lo peor, he visto gente malvivir, pero ¿Sabes lo único que me reconfortaba en esos momentos? Coger mi teléfono, marcar ese número y llorar sabiendo que al otro lado alguien pensaba que lo más importante del mundo era hacer que me sintiera mejor. ¿De verdad crees que si se recuerda con cariño a alguien volverá, descolgará el teléfono y estará a tu lado hasta el final de tus días? Isabel –dijo Andrea levantándose y tomando su bolso mientras miraba a su hermana con altivez- ¡Nunca intentes convencer á alguien de aquello en lo que ni tu misma crees! Te aseguro que no da resultado.

-Sólo intentaba que te sintieras mejor – contesto Isabel mientras se levantaba y se colocaba la bufanda rodeando su cuello- Siento no haber estado a la altura de las circunstancias. Me hubiera gustado darte un poco de consuelo. Al fin y al cabo soy tu hermana, y te aseguro que se perfectamente lo que estás sintiendo.

-Créeme si te digo que estoy convencida de tu sufrimiento, pero siempre has sido tan coherente, tan inteligente y tan ponderada, que me resulta difícil pensar que sientas de la misma manera que siento yo – contesto Andrea mientras buscaba en el bolso, de manera compulsiva, un paquete de pañuelos.

-Andrea –dijo Isabel con autoridad- No se que te pasa, pero supongo que es fruto de la situación que estamos viviendo. Posiblemente estarás enfadada con el mundo y con todo lo que te rodea, pero no creo que descargar tu impotencia contra mi te sirva de mucho. En cualquier caso, si con ello te sientes mejor, no tengo ningún inconveniente en convertirme en tu saco de entrenamiento, así que golpea cuanto quieras, no te lo tendré en cuenta.

La puerta del salón se abrió y Adela entró con los ojos llorosos mientras apretaba entre sus manos un viejo pañuelo blanco.

-No os reconozco -dijo Adela- Casi os he criado, y os aseguro que en este momento no os reconozco. Gracias a Dios que vuestra madre no os ha podido escuchar por que acabáis de tirar por la borda el mayor de sus tesoros: Su familia. Ponte el abrigo, agárrate a tu hermana y sal hacía el tanatorio con la humildad que siempre os han enseñado en esta casa –dijo Adela a Isabel- Y tu – dijo dirigiéndose a Andrea- deja de pensar que todos los que no viven como tu están equivocados y aprende a dar a cada cosa el sitio que le corresponde. Trabajar con gente que vive en los suburbios no te hace ser mejor que hacerlo en un edificio en el centro de Madrid.

Andrea e Isabel, obedecieron a la pobre Adela y se dirigieron hacía el vestíbulo con el convencimiento de que lo que acababan de oír era lo más sensato que se había dicho en aquella casa en todo el día.

-Os tenéis la una a la otra. Tu tienes teléfono y tu también- continuó diciendo Adela-  Cuando veas niños bebiendo agua en los charcos –dijo mirando a Andrea- llamarás a tu hermana y le dirás lo mal que te sientes. Llorarás, te sonarás la nariz, y seguirás viviendo porque para eso tienes vida. Y tu –dijo mirando a Isabel- La llamaras a ella cuando te sientas sola y necesites que alguien te escuche. Cuando no encuentres trabajo en eso que has estudiado, que no me acuerdo como se llama. Cuando te sientas mal por tener que seguir trabajando como comercial en esa empresa de cremas. Así que salid juntas por esa puerta y vamos a despedir a tu madre con el respeto y la dignidad que se merece.

Andrea y Adela salieron mientras Isabel se terminaba de abrochar el abrigo y regresaba al salón para recoger las gafas y el teléfono móvil que había dejado sobre la mesa de camilla. Comprobó que las luces estaban apagadas y desconectó la calefacción.

-Nunca conseguiré entender porqué se ha ido. –dijo Andrea llorando mientras se abrazaba a Adela.

-Tal vez necesitaba un abrazo. Un solo abrazo. – Contesto Isabel mientras cerraba la puerta con dos vueltas de llave.-Un último abrazo.

FIN

lunes, 27 de julio de 2009

Número 9 - 3º Piso, Puerta - A (Capítulo V)



El timbre sonó e Isabel se dirigió presurosa hacia la puerta para recibir a su hermano. Abrió sólo unos centímetros y asomó la cara para decirle a Curro:

-Lo siento señor, en esta casa ya hemos dado para el Domund.

-Que graciosa, si tu no tienes años para eso. ¿Que sabrás tu del Domund? –dijo Curro mientras Isabel abría la puerta y le abrazaba con fuerza.

- Bueno tengo la imagen de niñas que pedía por las calles con unas huchas increíblemente precintadas con cinta adhesiva, ya sabes, esa que se utiliza para embalar. ¡Cualquiera se quedaba con dinero! –comentó Isabel mientras pasaba un brazo por la cintura de Curro y apoyaba la mejilla sobre el hombro de su hermano.

-Si, parece ser que la confianza en el ser humano nunca fue el fuerte de los organizadores de la cuestación ¿recuerdas lo que opinaba papá sobre este tipo de cosas? “Bien me quieres bien te quiero pero, ¡Ay! No me toques el dinero”-contestó Curro mientras besaba en la cabeza a Isabel.- ¿Dónde está la reina del castillo?


-Está en la cocina terminando de preparar el relleno de las berenjenas y el helado. Por cierto, Adela vino esta mañana para prepararte una tarta de manzana. Bueno, la verdad es que también vino para verme, no pretendas tu acaparar todo el protagonismo ¿Eh? –Dijo mientras se dirigían hacía la cocina.

-¡Menos mal! –dijo Elisa levantando las manos - Creí que nunca pasaríais del recibidor, con las ganas que tenía de verte –dijo mientras caminaba hacía Curro abriendo los brazos.

-¿Cómo está la chica de mis sueños? –Preguntó Curro mientras abrazaba a Elisa y la levantaba girando con ella por toda la cocina.

-Pues está mayor, porque ya no resiste tantas vueltas –contestó Elisa riendo mientras Curro simulaba bailar un vals.

-Bueno bueno, suelta ya a esta reina decadente y siéntate con tu hermana –dijo Elisa- Voy a preparar la merienda. Le he dicho a Isabel que está más delgada y, ahora que me doy cuenta, tu también has perdido peso, así que quiero ver como os coméis un buen trozo de esta delicia cada uno.- Dijo Elisa mientras los miraba con ternura colocando la tarta sobre la mesa.

-No lo dudes –dijo Curro- pero si esa tarta viniera acompañada de un maravilloso café-crema de esos que tu preparas, sería lo más grande que le puede pasar a nadie un Sábado de invierno a las seis de la tarde.

- Eso está hecho –contestó Elisa mientras manipulaba una maquina de café ultramoderna que le habían regalado, hacía dos años, durante una convención que organizó un grupo editorial en Barcelona- ¿Tu quieres uno Isabel?

-¿Puede ser un cappuccino?- preguntó Isabel.

-¡Claro que puedes ser! Con esta cafetera soy invencible –respondió Elisa sonriendo.

Pasaron el resto de la tarde bromeando. Isabel y Curro no paraban de recordar historias y anécdotas de la infancia mientras Elisa sonreía y, de vez en cuando, matizaba con pequeños detalles que ellos habían olvidado.

Después de la cena, Curro les contó con más detenimiento como le había ido el último mes en Inglaterra, les enseñó las fotos que había traído de Carlitos y les adelantó que posiblemente, en Septiembre, volviera a Londres para retomar su antiguo trabajo.

-Cada vez me cuesta más separarme del niño. Creo que fui un poco egoísta al convencer a Sara de que en España estaríamos mejor. Ella siempre se sintió extraña aquí. En estos días me he planteado pedirle una segunda oportunidad, la echo de menos. Supongo que sigue siendo la mujer de mi vida –dijo Curro mientras jugueteaba con la cuchara de postre haciéndola girar sobre si misma, al tiempo que miraba a Elisa que, en ese momento, comenzaba a retirar los platos de la mesa.

-Entonces creo que no sólo debes pedirle a Sara esa oportunidad, piensa en concedértela también a ti mismo. Uno siempre debe estar allí donde se encuentra su corazón– dijo Elisa aproximándose a Curro que extendiendo su brazo la rodeaba por la cintura y le tomaba la mano para besársela.

-He tenido mucha suerte con tenerte en mi vida. Tengo muchas razones para admirar a papá y estarle agradecido, pero sobre todo porque siempre supo elegir y cuidar lo mejor que la vida le ofrecía en cada momento. Tengo una madre estupenda y te tengo a ti que eres mi pequeña brújula –dijo Curro.

-¿Debo entender que yo no entro en el lote porque papá no me eligió? ¿Acaso Andrea y yo somos las hermanastras malas del pequeño “ceniciento”? –preguntó Isabel mientras reía y lanzaba una servilleta que dio de lleno en el rostro de Curro.

-En fin, ni yo podría haber hecho mejor definición. –contesto Curro devolviendo la servilleta a su hermana mientras Elisa se alejaba sonriendo con algunos platos.

-Me hubiera gustado ver a Andrea –dijo Curro bajando el tono de voz y dirigiéndose a Isabel mientras Elisa estaba en la cocina- No se porque siempre tengo la sensación de que es demasiado… demasiado niña para enfrentarse sola al mundo. La veo especialmente vulnerable. Será porque es la pequeña de la casa. Además, la mirada de Elisa es demasiado triste, la ha tenido en casa hasta hace poco y ahora, al no estar papá, las ausencias se hacen más pesadas. Creo que en estos momentos nos necesita aquí más que nunca…

-Andrea es muy valiente –interrumpió Elisa entrando en el comedor y acercándose a la mesa para depositar una bandeja con bombones- Es la más libre de todos nosotros, siempre lo ha sido. Cada día le agradezco su generosidad. Desgraciadamente, hay pocas personas en el mundo que pongan su alma y su corazón en aquello que hacen para luego regalarlo a los demás sin esperar nada a cambio. ¿Conocéis un amor mayor que ese? ¿No es eso fortaleza?- preguntó Elisa- Isabel –continuó hablando mientras miraba a su hija con ternura- Tiene muy claro como quiere dirigir su vida y hacia donde quiere ir. Desde muy niña nos sorprendía con sus asombrosos razonamientos. Es luchadora, sincera, tenaz y ecuánime. Sufre como propio el dolor de aquellos a los que ama y nada la hace más feliz que ver alegres a los que la rodean, por eso siempre nos hace reír. Tu, Curro –prosiguió Elisa con dulzura – Eres mi niño grande. Me recuerdas a tu padre y eso me reconforta. Estoy orgullosa de sentirte mi hijo porque eres una persona honesta, justa y de maravillosos sentimientos que, además, se preocupa mucho por mi. Te hecho de menos cuando no estás, pero espero y deseo que vuelvas a Inglaterra y recuperes tu felicidad junto a Sara y Carlitos. –Elisa hizo una pausa para sentarse, apoyó los codos sobre la mesa y cruzo las manos a la altura de la cara para seguir hablando- Es así como os necesito, viviendo vuestras vidas y buscando vuestra felicidad. Lo importante no es que estéis aquí, lo realmente importante es que cada día me hagáis saber que en Madrid, Barcelona y Londres, tengo el cariño y el respeto de tres maravillosos hijos que luchan por ser dichosos. He tenido el privilegio de vivir toda mi vida junto al hombre de mis sueños y tengo amigos que me han acompañado en todos los momentos importantes por los que he pasado. Sin duda, soy una mujer muy afortunada -Elisa guardó silencio nuevamente y miró al frente para descubrir el brillante temblor de las lagrimas que estaban a punto de brotar de los ojos de Isabel y el gesto emocionado de Curro- ¡y lo seré mucho más si estos chicos que han cenado como campeones me ayudan a ordenar la cocina! – terminó diciendo mientras reía.

Llovía casi torrencialmente y el ruido del agua sobre los cristales de la terraza hacía sospechar lo que sería una cruda noche de invierno. A pesar de la recomendación de Elisa y la insistencia de Isabel para que se quedara a dormir, Curro se fue sobre las once y media. Tenía una cita por la mañana con un amigo y prefería despertar en casa.

-Vendré mañana por la tarde para acercarte a la estación –dijo Curro tras besar a su hermana Isabel.

-Genial, no sabes lo que te lo agradezco –contesto Isabel- Así podré disfrutar un poco más haciéndote rabiar sin que mamá te defienda.

Curro, haciendo una mueca de burla se acerco a Elisa y la abrazó muy fuerte mientras le besaba el pelo.

-Hasta mañana –le dijo- Que descanses.

-Hasta mañana hijo. Ten cuidado en la carretera –contestó ella.

Elisa cerró la puerta con dos vueltas de llave y colocó la cadena de seguridad. Comprobó que todas las luces estaban apagadas y desconectó la calefacción del comedor mientras Isabel la seguía observando cada uno de sus movimientos. Durante toda su vida había visto hacer exactamente lo mismo a su padre, con los mismos gestos, de la misma manera. Sintió que su madre estaba haciendo todo aquello como si se tratase de un ritual en el que encontraba consuelo, como si continuar con las rutinas de su marido la hicieran sentir que, de alguna manera, seguía allí, a su lado.

-Madre –dijo Isabel entrando en la cocina detrás de Elisa- Te sientes muy sola ¿verdad?

-La soledad no se siente mucho o poco se siente y nada más, pero no, no me siento sola, me acompañan miles de recuerdos. -contestó Elisa.

-Si claro, eso es muy hermoso pero… ¿No tienes sensación de vacio?– Preguntó Isabel.

-No, todo lo contrario, tengo la sensación de estar en paz -contestó Elisa.

-¿No hay algo que te apetezca aprender o algo que quieras comenzar? ¿Nunca piensas en el futuro, en lo que te gustaría hacer? –volvió a preguntar Isabel.

-Si, lo pienso y lo pensaré cada día durante el resto de mi existencia: Daría lo que me queda de vida por un abrazo de tu padre. –dijo Elisa.

-Madre –dijo Isabel-  Me parece mentira que durante un tiempo no hayamos tenido buena relación. En el fondo somos muy parecidas.

-Precisamente por eso. Toda la fuerza la ejercíamos en la misma dirección y eso descompensaba las cosas, pero nunca fue nada grave ¿no crees? Además, ya hace mucho tiempo de eso. –dijo Elisa-

-¿Sabes? cuando era pequeña no me gustabas. Me dolía pensar que papá te quería más que a nada en este mundo. Me desesperaba comprobar que eras perfecta en todo –dijo Isabel.

-Lo recuerdo –dijo Elisa sentándose en una de las sillas que rodeaban la mesa de la cocina- Me di cuenta de lo mal que lo pasabas. Me hice mil reproches e intenté cambiar mi actitud pero, cuanto más quería acercarme a ti más lejos te sentía.

-¿Recuerdas cuando manché de lejía la chaqueta de papá? ¡Pobre Adela! casi le da un ataque. Lo hice porque deseaba que papá se enfadará contigo–confesó Isabel.

-Claro que lo recuerdo. Todos sabíamos que habías sido tu, pero fingimos ignorarlo. No tardaste ni dos horas en confesar. Creo que papá te lo agradeció durante toda su vida. ¡Como odiaba aquella chaqueta! –contestó Elisa sonriendo.

-Madre, a pesar de todo, sabes que siempre te he querido mucho ¿verdad? Aquello sólo fue un ataque de celos de preadolescente –dijo Isabel- Además, hoy he podido comprobar que no eres tan perfecta como pensaba.

-¿Nooo? y ¿en que te basas para afirmarlo tan rotundamente? –preguntó Elisa soltando una carcajada.

- El relleno de las berenjenas te ha quedado un poco soso –dijo Isabel casi en susurro acercándose a su madre y besándola en la mejilla.

-¡Vaya! –dijo Elisa simulando un tono apesadumbrado- Creo que es por la falta de práctica.

-Tendremos que venir más a menudo entonces –dijo Isabel riendo-

sábado, 6 de junio de 2009

Número 9 - 3º Piso, Puerta - A (Capítulo IV)

Elisa oyó como se abría la puerta de la calle. Era Adela, la mujer que la ayudaba en la casa desde que las niñas eran muy pequeñas. Venía todas las mañanas a las nueve y se marchaba a las dos. Adela había visto crecer a Isabel y Andrea. En casa todos la consideraban uno más de la familia. En realidad, ya no era necesario que viniera diariamente, pero a Elisa le ayudaba saber que seguía teniéndola a su lado cada mañana. La hacía reír mucho. Era divertida, muy divertida. La sencillez y la naturalidad con la que relataba cualquier situación que hubiera vivido, hacía que sus historias resultasen siempre originales y con ese punto de humor que sólo ella sabía imprimir a sus vivencias por dramáticas que fueran.

Adela se acercó a la habitación de Elisa y desde la puerta le preguntó muy bajito:

-Elisa ¿Está despierta?

-Si Adela, hace horas que lo estoy -contestó Elisa dándose la vuelta en la cama y apartando el edredón.

-¿Otra mala noche verdad? -volvió a preguntar con tristeza Adela.

-Si, eso parece. Adela, vaya resfriado que traes hija.  -dijo Elisa levantándose mientras buscaba sus zapatillas.

-Si que lo he pillado bien si. En fin, ¡Venga a levantarse!, que le he traído unos churritos y ahora mismo le preparo un café que verá que bien le sienta. –le dijo la mujer intentando animarla.

-Que buen plan ese de desayunar churros. Hacía mucho tiempo que no los comía. Desde que los trajiste la última vez, hace ya más de un año. ¿Recuerdas el atracón que se dio Carlos? –Preguntó sonriendo Elisa.

-¡Vamos que si me acuerdo! Luego se llevó toda la mañana diciendo que parecía que se le hubieran puesto de pié en el estomago. –Contestó riendo la buena de Adela.

Elisa se puso una bata y se dirigió a la cocina. Se sentó y apoyó la cabeza sobre la palma de la mano mientras, casi de forma inconsciente, comenzó a perfilar con el dedo índice el contorno de una de las flores del mantel. De vez en cuando levantaba la vista para mirar como Adela se movía de aquí para allá, preparando el desayuno para las dos.

-¡Ea! Aquí esta el café –dijo Adela con alegría.

-¡Mmm! Que bien huele. El olor del café recién hecho es uno de mis favoritos –Dijo Elisa sonriendo a una Adela que iba y venía colocando sobre la mesa tazas, cucharillas y demás utensilios.

-¿Me lo cuentas ahora o después de llorar? –preguntó Elisa mientras Adela daba vueltas y vueltas al café moviendo la cucharilla a una velocidad poco común.

-Que bien me conoce usted. Es lo de siempre. Este niño que ayer llegó con ganas de fiesta y la montó. Como siempre la hermana llorando, el hermano en su habitación haciendo ver que no se estaba enterando del jaleo, y yo, amargadita con este hijo. Ya no se que hacer. –Dijo Adela llorando mientras se sonaba la nariz con una servilleta de papel-. Porque es lo que digo yo: Si no le hace falta de nada ¿a que viene esa amargura que tiene siempre? Elisa, que hasta a la novia la trae frita con ese genio que tiene últimamente. Yo no se que pensar ¿Usted cree que estará dando malos pasos? –Preguntó Adela mirando fijamente a Elisa como si en su cara pudiera hallar la respuesta a todos sus males.

-Mujer, la adolescencia es una etapa complicada en cualquier chico. A veces somos nosotros mismos, con la sobreprotección que ejercemos sobre ellos, los que acabamos asfixiándolos y robándoles ese espacio vital que ellos también necesitan. No olvides que ya ha crecido. Yo cometí ese error con Andrea. La veía tan distinta a su hermana en fondo y forma, que pensé que pudiera estar tocando esos mundos a los que tu te refieres, y ya ves, al final ha salido tan amante de la vida sana, que a veces casi siento vergüenza si como un filete cuando ella esta delante. Ya veras, cuando venga dile que te cuenta la historia de la cadena de producción de pollos. Con lo sentimental que eres, te veo comiendo Toffu. –Dijo Elisa intentando poner una nota de humor a la situación.

-Pero usted, al menos, tenía a su marido que menudo apoyo ha sido siempre para todos. –Le dijo Adela con tristeza.

-Si, eso es verdad. –contestó amargamente Elisa- Ahora ya no se a quien debo acudir cuando tengo alguna duda o algo me asusta como te está pasando a ti. 


Elisa bebió un poco de café y sonrió mientras miraba a Adela. Tomándole una mano por encima de la mesa,  le preguntó:

-¿Sabes que era el Oráculo de Delfos?

-Si claro  –contestó Adela- Es una figura que está encima de la mesa del despacho de Carlos. El me lo dijo una vez. ¡Hay que ver lo que pesa la condenada! Pero bien bonita que es.

-¡Anda ven! Vamos al despacho –dijo Elisa.

Las dos mujeres se dirigieron al despacho y Elisa tomó la figura que representaba el oráculo de Delfos entre sus manos. Mientras lo acariciaba comenzó a relatar muy despacio la historia de aquel Templo:

-El oráculo de Delfos era un gran recinto de carácter sagrado. Estaba dedicado sobre todo al dios Apolo. Los griegos lo visitaban para preguntar a los dioses sobre aquello que les inquietaba. Estaba en lo que fue la antigua ciudad llamada Delfos, en Grecia -Elisa continuó hablando mientras sonreía al observar la expresión de la cara de Adela- Esa ciudad hoy ya no existe. Allí tambien había unas montañas que se llamaban de la Fócida, y al parecer, de sus rocas, brotaban varios manantiales que formaban distintas fuentes. La más conocida de ellas era la fuente de Castalia, en la que, según la mitología se reunían algunas divinidades, diosas del canto y la mismisima poesía. Todas se llamaba musas, y se reunían con las ninfas de las fuentes, las náyades. En estas reuniones Apolo tocaba la lira y ellas cantaban. El oráculo de Delfos se convirtió en el centro religioso de los griegos y su mayor fuente de sabiduría. –concluyo Elisa sin dejar de sonreir.

-La de cosas que sabe usted. – dijo Adela moviendo la cabeza de una lado a otro- Que historia más bonita.

-Toma –dijo Elisa poniendo sobre las manos de Adela la representación del oráculo- Es para ti. A Carlos le hubiera gustado que lo tuvieras. Así cuando no sepas a quien recurrir puedes mirarlo y seguro que, desde donde quiera que esté, te envía su sabiduría y su energía. Igual que antes.

-¿De verdad me lo da? –preguntó Adela llorando y sin dar crédito a lo que Elisa acababa de decirle- ¿No le da pena separarse de algo de Carlos?

- No si se que lo tendrás tu. No podría estar en mejores manos. Se que él lo hubiera querido así. –contestó Elisa mientras retiraba un mechón de pelo de la frente de Adela y se lo colocaba tras la oreja.

El teléfono sonó y Adela salió presurosa hacía la cocina para contestar:

-¡Diga!

-Si buenos días. ¿Elisa por favor? –se oyó una voz masculina y grave al otro lado del teléfono.

-Si ¿Quién la llama? –Preguntó Adela.

-Francisco Diañez –contesto el hombre.

-¿D. Francisco Ibáñez? –Preguntó Adela para confirmar el nombre de su interlocutor.

-No, Diañez. Con “d” de Dinamarca- Aclaró el hombre.

-¡Ah! Perdone usted le había entendido mal. Ahora mismo aviso a la señora. Un momento por favor. –contestó Adela nerviosa mirando a Elisa que se aproximaba en ese momento.

-¡Madre mía Elisa! –Dijo tapando el auricular con la mano- La llama el conde de Dinamarca.

-¿Quien? –preguntó Elisa sorprendida.

-El conde de Dinamarca –repitió Adela- Seguro será para darle el pésame por lo de Carlos. Como conocía a tanta gente, pues vaya usted a saber, lo mismo este hombre se ha enterado ahora. –Explicó Adela con su lógica particular.

Elisa se encogió de hombros e hizo un gesto a Adela con la mano para que le pasara el teléfono.

-Buenos días –saludo Elisa.

-¿Cómo está mi chica favorita? –Preguntó el hombre.

-¿Curro?-preguntó Elisa dudosa.

-Si soy yo. ¿Vuelvo a España después de un mes y ya no me reconoces? –se extrañó Curro.

Elisa comenzó a reír a carcajadas sin poder parar de hacerlo mientras Adela la miraba atónita.

-¿Elisa? ¿Te ríes por la alegría que te produce escuchar mi voz o me estoy perdiendo algo?

-Perdona pero, ¿qué le has dicho a Adela?

-¿Adela? Pues que quería hablar contigo, que si estabas en casa. No recuerdo exactamente pero algo así ¿Por qué? 

-Me ha dicho que me llamaba el conde de Dinamarca –contestó Elisa mientras Adela la miraba ladeando la cabeza sin saber qué pasaba-

- Ja, ja, ja! – Se escucho la risa de Curro al otro lado del teléfono- Es increíble, no me extraña que no puedas parar de reír. Esto es lo más divertido que me ocurre desde hace mucho tiempo.

-Te aseguro que a mi también- dijo Elisa-

-Ha sido al deletrearle mi apellido. Le he dicho Diañez, con “d” de Dinamarca. La verdad es que no he reconocido su voz. Pensé que podía ser alguna amiga tuya. –aclaró Curro-

Adela sin poder parar de reír se volvió hacía Adela y le dijo:

-Adela, es Curro, nuestro Curro.

-¿Curro? ¿Y por que no me lo ha dicho? ¿Qué pasa que se ha levantado con ganas de guasa el niño? –Dijo Adela intentando parecer molesta.

-No te ha reconocido la voz, como estás tan resfriada. –explicó Elisa a una Adela que ya estaba trasteando en la cocina.- Curro –dijo Elisa volviendo a su conversación telefónica- ¿Qué tal estás hijo?

-Bueno, todavía un poco cansado del viaje pero muy contento. He podido pasar mucho tiempo con Carlitos. La verdad es que le he visto muy bien, muy integrado en la cultura anglosajona. Sara ha dejado que pasara con conmigo prácticamente todo el tiempo libre que tenía después del colegio. He podido ver a muchos amigos, en fin… muy bien. Ahora un poco triste claro, echo mucho de menos al niño. De todas formas Sara lo dejará venir dos meses en verano así que ya mismo le tenemos por aquí. –explico Curro.

-Claro, ya verás como el tiempo pasa volando –le animó Elisa- Por cierto, mañana viene Isabel para pasar el fin de semana. Andrea también iba a venir pero al final, bueno ya sabes como es tu hermana, se queda organizando un campamento urbano para niños desfavorecidos. Podrías venir el sábado a cenar a casa, así charlaremos los tres un rato ¿Qué te parece? –Preguntó Elisa.

-Me parece una idea magnifica. No faltaré. Seguramente llegaré antes, así me invitas a merendar. Dile a Adela, que se apiade de mi y haga una de sus famosas tartas de manzana. ¡Le salen tan bien!

-Se lo diré no te preocupes –contesto Elisa.

-Bueno, entonces hasta el sábado. Un beso –se despidió Curro.

-Un beso –dijo Elisa.

Colgó el teléfono y pensó en lo mucho que se parecía Curro a Carlos, su padre. Tenían la misma voz, los mismos gestos, incluso habían seguido vidas paralelas. Curro también se enamoró de una chica inglesa quince años menor que él a la que conoció, casualmente, cuando impartía clases de español en Londres hacía seis años. Fue un amor a primera vista. A los seis meses estaban viviendo juntos y un año después nació Carlitos. Hacía ocho meses que se habían separado y Curro todavía estaba intentando adaptarse a su nueva vida. “Le vendrá bien cenar mañana con Isabel, seguro que le anima. –Pensó Elisa- Como siempre le dirá que está guapísimo y que nadie diría que va camino de los cuarenta y cinco. Lástima que no este Andrea. Me hubiera gustado tenerlos a los tres juntos"..

domingo, 31 de mayo de 2009

Nº 9 - 3º Piso, Puerta -A (Capitulo III)


Se despertó sobresaltada. Eran las cuatro y media de la madrugada. Sabía que ya no podría volver a conciliar el sueño. Sin duda la noche era uno de los peores momentos. Cerró los ojos. El tic tac del reloj del salón y el motor del frigorífico de la cocina eran los únicos sonidos que rompían el silencio sepulcral de la casa. De vez en cuando, se oía el ruido de los neumáticos de algún coche al pasar sobre los charcos de agua que se habían formado por la lluvia. El peso de la soledad se había acomodado en el pecho de Elisa y apenas si la dejaba respirar. ¿Cómo podría afrontar un futuro tan lleno de ayer?¿Aprender a vivir una vida llena de pasado? Muchos recuerdos, mucho dolor, y una cama demasiado grande, le ofrecían una noche más de insomnio interminable.

Pensó en la época en la que despertar al lado de Carlos cada mañana era su único horizonte. Años y años viviendo su entrega como un privilegio de amor que la vida le había concedido. Algo que nadie más tenía la posibilidad de sentir. Abrió los ojos, al fondo, en la penumbra de la habitación, podía distinguir el juego de tocador que su madre le había regalado el día de la boda. ¡Mi pobre madre! -pensó mientras una sonrisa agridulce se dibujaba en sus labios- Todavía podía recordar como si hubiera ocurrido ese mismo día, la tarde que le contó a la pobre Consuelo que tenía novio.

-Bueno hija –le dijo su madre con cara de “me lo veía venir”- Era de ver que tarde o temprano Luis y tu acabaríais siendo novios. Sois amigos desde muy niños y a mi me parece un buen muchacho. Es una buena persona y su familia gente honrada que, tal y como está hoy la vida, no es poco. Fíjate tu prima Águeda…

- Mamá –interrumpió Elisa nerviosa- ¡hija déjame hablar!

Su madre se irguió en la silla y puso las manos sobre la mesa, cruzándolas como si pidiera a Dios que, de la boca de Elisa, no saliera ninguna barbaridad. Hizo un ligero movimiento de cabeza adelantando el mentón y miró a Elisa fijamente mientras le decía:

-Habla. Habla y dime lo que tengas que decirme pero, antes de abrir la boca, piensa que después tendrás que hablar también con tu padre.

-Ya lo he pensado. Pero seguro que tu me echarás una mano con eso ¿No? –dijo Elisa sonriendo.

-Elisa que me estas asustando ¿eh? ¡Dime que no estás embarazada hija! -dijo la madre colocándose la palma de las manos sobre las mejillas.

-¡Que no mamá! –contesto Elisa empezando a perder la paciencia.

-Bueno. ¡Gracias virgencita! Entonces, ¿Qué pasa con lo del novio?- pregunto su madre.

-Mamá tengo novio pero no es Luis, yo le quiero mucho y sin duda es un buen chico pero no siento por él nada parecido a lo que siento por… por Carlos. – dijo Elisa mientras sonreía dulcemente.

-¡Ah! ¿Se llama Carlos? –dijo la madre con cierta ironía– Vaya, tiene nombre de niño rico.

-Bueno, digamos que no es ni rico ni pobre. Es profesor. –contestó Elisa haciendo una pausa- De la universidad -continuo diciendo mientras miraba a su madre de reojo- En realidad, es uno de mis profesores –dijo mientras el tono de su voz iba bajando hasta acabar en un susurro.

-¿Uno de tus profesores? –preguntó su madre extrañada mientras se movía en la silla como si esta se le hubiera quedado pequeña- Entonces… ¿Qué edad tiene tu novio?

-No, no es tan mayor como estas pensando –dijo mientras tragaba saliva intentando deshacer el nudo que se le había hecho en la garganta con la edad de Carlos -Sólo tiene cuarenta y dos años –contestó intentando aparentar naturalidad-

-¡Ay Virgen de la Macarena! –Casi gritó la madre de Elisa- Pero niña ¿tu estas loca? ¿No ves que ese hombre te dobla la edad? ¡Ay Dios mío, como la canción de Marifé de Triana! Chiquilla,  piensa lo que estás diciendo ¿no ves que es una locura? Cuando pasen los años, y a ti se te pase el embeleso que tienes, vendrán los problemas.  Además, soltero con esa edad, no parece trigo limpio. ¿Quién te garantiza que no es un picaflor que se aprovecha de ti y luego te deja?

-Mamá no me hace falta ninguna garantía. Yo confío en él, se lo que siente por mi y la clase de persona que es. No necesito más. –dijo Elisa tajante-

-¡Oh si necesitas más! ¡Ya lo creo que necesitas más! -dijo su madre sin dejar de mover la cabeza mientras asentía mecánicamente- Vas a necesitar el valor de “El Guerra” para hablar con tu padre. Yo no quiero saber nada. Conmigo no cuentes para apoyarte en este disparate. No seré yo la que te permita que te estrelles para el resto de tu vida.

-Mamá –dijo Elisa poniendo la cara de tristeza con la que sabía que siempre ganaba las batallas que entablaba con la humilde mujer- Si no cuento contigo, si una hija no puede apoyarse en su madre ¿En quien ha de hacerlo entonces? Dime mamá ¿qué es lo que he hecho mal, amar a alguien tanto que a veces me cuesta respirar sólo de pensar que puedo perderlo?

-Elisa no me seas manipuladora. Soy tu madre y te conozco bien cuando me pones esa carita da santurrona.-le dijo Consuelo en un esbozo de reprimenda.

-¿No me ayudarás mamá? -preguntó Elisa desconcertada.

-Hija, ¿no podías haberte arreglado con Luís? –preguntó la madre con voz lastimera intentando convencer a Elisa.

-Mamá yo no amo a Luís. No tenemos nada que ver ¿No lo entiendes? ¿Crees que puedo pasar el resto de mi vida con una persona que piensa que Pablo Neruda es un jugador de Futbol argentino? -preguntó Elisa.

-Pero el roce hace el cariño. -Insistió su madre.

-¡Por Dios Santo! ¿Qué roce? –preguntó alterada Elisa- No mamá. –dijo mientras le tomaba una mano a su madre y suavizaba el tono de voz- No voy a sacrificar mi felicidad porque tu o papá penséis que Carlos no es el hombre apropiado para mi. Es el amor de mi vida y con él la quiero compartir.

-Esta bien, que sea lo que Dios quiera –dijo su madre resignada- pero… ¿No será comunista verdad? Lo digo por tu padre. Ya sabes como lleva él eso de los radicales.

-Bueno –sonrió Elisa con ternura- eso no hace falta que se lo digamos a papá de momento ¿No crees?

La conversación con el padre no resultó tan difícil como Consuelo le había dicho. En el fondo, sabía que él sólo quería un marido trabajador y serio para ella. Alguien que supiera mantenerla en la posición en la que él la había situado. Presentía que un profesor de universidad, maduro y con una situación acomodada no le parecería tan mala opción, así que enfocó su planteamiento en esta línea. Se casaría con Carlos independientemente de lo que pudiera decir su padre pero, si las cosas salían bien, evitaría el sufrimiento de su madre.

Después de un rato de charla, durante el cual Elisa detalló minuciosamente toda la información que consideró debía conocer su progenitor, y evitó mencionar aquello que sabía no era conveniente comentar, su padre le dijo:

-Al menos no te faltará de nada y si, además, es un hombre instruido mejor que mejor, así podremos pasar buenas sobremesas de charla en el casino los domingos cuando vengáis a comer a casa. No me parece mala tu elección. Dile que venga a verme lo antes posible. Quiero que me diga cuales son sus ofrecimientos y sus planes de futuro.

Elisa asintió con la cabeza y se dirigió a su habitación mientras pensaba en su madre y en lo triste, gris y fría que habría debido ser la vida para ella al lado de aquel hombre. De buena gana le hubiera dicho: “Estás bastante equivocado si piensas que Carlos irá al casino para hablar y hablar sobre tu maldita guerra civil. Afortunadamente su visión de la vida va mucho más allá de los toros, los puros, el casino y una mujer que le rinda pleitesía”. Siempre había deseado decirle a su padre lo que pensaba sobre su forma de ver la vida y la manera en la que trataba a su madre, como si por el mero hecho de ser mujer no tuviera entendimiento. Sin embargo, se mantuvo en silencio y fue prudente, callando para no disgustar a la pobre Consuelo. “Tu déjale, no le hagas caso hija, mientras te deje ir a la universidad…”-le dicía su madre muchas veces- Y ella le dejaba, asumiendo que no le quedaba más remedio que aparentar conformidad con los razonamientos de bienestar que planteaba su padre, aun sabiendo que eran, cuando menos, injustos. “La tengo como una reina. No carece de nada: joyas, vestidos, veraneos, buena comida... He sabido mantener una situación acomodada y siempre hemos gozado de buena posición. En mi vida he insultado a mi mujer. Nunca le he pegado ni un mal guantazo. Yo siempre le he dado su sitio” decía Enrique a sus hermanos y cuñados en las reuniones familiares de Navidad. “Su sitio si, su sitio. –Pensaba Elisa- Como a la caja de puros o a las gafas para leer el periódico. ¿Qué más quería su pobre madre?

Aquella misma tarde, mientras ponía sobre la mesa de camilla una bandeja con café y tortas de aceite para la merienda, Consuelo se sentó pensativa al lado de su marido mientras le comentaba preocupada:

-Ella dice que es el amor de su vida. ¿Tu como lo ves Enrique? –le preguntaba su mujer temerosa por el futuro de su hija.

-Bueno, peor hubiera sido que el amor de su vida fuera un niñato metido en política, ateo y mal hablado, que al poco tiempo le diera mala vida y nos la mandara de vuelta llorando y con unos cuantos niños hambrientos.–contestó Enrique.

-Claro, viéndolo de esa manera, no te digo yo que no sea bueno este hombre. Tu como te has enterado que es profesor de universidad…Pero lo importante en la vida no es siempre como uno esté situado. ¿Qué quieres que te diga? Le veo yo muy mayor para la niña ¿No? –Volvió a preguntar la mujer-

-Consuelo, bien está dejarlo así. Hablaré con él y, si sus intenciones son buenas, que se casen y se acabó. Al menos ya la tendremos recogida y en manos de un hombre serio. No está la vida como para escoger mucho. Démosle tiempo al tiempo y ya veremos que pasa. –Dijo Enrique levantándose y cogiendo su abrigo para salir- Voy un rato al casino hasta la hora de cenar. Adiós.

Enrique salió y el ruido de la puerta al cerrarse tras de si dejó a la pobre Consuelo sola en un mar de dudas.

-Eso. Tu al casino y yo a lo mío, aquí, amarradita a la pata de la cama y con la pierna quebrada . –dijo Consuelo bajito, como temiendo que Enrique pudiera regresar y oírla hablar de aquella manera- ¡Pues mira lo que te digo viejo egoísta! Si la juventud me hubiera pillado a mi en esta época te ibas a enterar tu de quien es Consuelo.

Elisa la escuchaba desde la cocina mientras se preparaba un café y pensaba:: “Ya ves mamá, esto ocurre cuando te casas pensando que el roce hace el cariño y eliges la opción más conveniente y no la que te hace más feliz. Al final tienes cariño, años y años de un extraño cariño pero, ni un solo instante de amor, ni un solo segundo en el que la otra persona te haga temblar cuando pronuncia tu nombre, cuando te toma de la mano o te dice buenos días, mientras te retira el pelo de la cara por la mañana y te abraza tan fuerte que casi no puedes respirar. Es una pena que nunca hayas podido sentir así.”

domingo, 24 de mayo de 2009

Nº 9- 3º Piso - Puerta A (Capitulo II)



Le conoció en la universidad, ella apenas tenía veinte años y el rondaba los cuarenta y dos. Supo que era el hombre de su vida desde que le vio entrar en el aula y saludar. Le encantaba como era capaz de hablar a todo el mundo con aquella afabilidad sin dejar de utilizar el "usted" en el trato diario. Todas las chicas estaban locas por “el Valpuente”, lo cual suponía una inmensa competencia para Elisa. De todas formas, ella ni siquiera pensó que lo más lógico era que estuviera casado, o al menos comprometido. Algo en su corazón le decía que el Profesor Valpuente y ella habían llegado hasta allí por algo, así que no iba a dejar pasar la oportunidad de comprobar por qué.

Durante el primer año de carrera no hubo una relación más allá de la habitual entre un profesor y una alumna. El era muy agradable con todo el mundo y un magnifico conversador en cualquier circunstancia. Llegó el verano y Elisa no tuvo más remedio que resignarse a dejar de ver a su “príncipe azul” durante unos meses. Menos mal que para entonces, ya sabía que era un soltero de oro. Había tenido numerosos romances de juventud, un hijo, y varias historia pasajeras con alguna compañera pero, al menos, aparentemente el corazón del catedrático estaba libre como el viento.

A finales de Agosto, Elisa asistió a un concierto de música barroca en la Iglesia del Salvador. La había invitado su amiga Sara que estudiaba piano en el conservatorio. Casualmente, el novio de Sara llegó esa misma tarde de Heidelberg , de manera que Elisa no tuvo más remedio que ir sola. Llegó temprano, se sentó y comenzó a hojear el libreto de la programación. Tenía los labios resecos, buscó en su bolso el tarrito de bálsamo y se aplicó un poco con el dedo meñique. Se giró de manera instintiva para ver si había llegado mucha gente y fue en ese preciso instante cuando le vio entrar. Un extraño hormigueo le recorrió la espalda desde la cintura hasta el cuello. Sentía que el corazón acabaría saliéndosele del pecho y aterrizando sobre el órgano de la iglesia. – ¡No por favor! –dijo casi sin mover los labios. Mientras entablaba un duelo a muerte contra sus propias lagrimas. “¿Quién es esa rubia? –pensó- No puede ser que tenga novia y menos esa novia. ¡Madre mía es guapísima!. No, esto no me puede pasar ahora.” El amor de su vida avanzó junto a su acompañante y se paró justo dos filas delante de Elisa. Beso a la rubia en la mejilla y se despidió de ella, que continuó hasta la primera fila para sentarse junto a una señora mayor con aspecto de tener un apellido de los de toda la vida. Elisa sintió que la sangre volvía a correr por sus venas. “Hay un asiento libre a su izquierda. -pensó- ¿Qué hago? ¿Me levanto y me siento a su lado? ¡Se acabó!. Esto ha sido un aviso. No pienso volver a vivir esta angustia nunca más. Así que Sr. Valpuente allá voy”. Ni corta ni perezosa se levanto y se sentó junto a él:

-Hola. Buenas tardes D. Carlos –dijo temblando.
-¡Vaya!. Buenas tardes Elisa –dijo él sorprendido- Que casualidad verla por aquí.
-Pues la verdad es que si.
-¿Le gusta la música barroca? .
-Me gusta la música en general siempre que no resulte ruidosa.
-Estamos de acuerdo en eso –le dijo Carlos sonriendo-

Después del concierto, mientras salían de la Iglesia, Elisa pensó que tenía que hacer algo como fuera si no quería que aquello acabara siendo un mero encuentro casual. No podía perder la oportunidad de su vida. Ella no era de esas. En la calle hacía un calor insoportable, eran las nueve de la noche y el termómetro de la plaza marcaba 34º. “Ahora o nunca” –pensó.

-Disculpe, posiblemente le parecerá un atrevimiento por mi parte pero… hace mucho calor y conozco una terraza justo aquí al lado donde poder tomar algo fresco. Es un lugar muy agradable. Si me permite invitarle yo…


-No –dijo Carlos sin dejar que ella terminara su frase.

Elisa pensó que todo acababa en aquel momento. Se sintió tan ridícula que no le hubiera venido mal que la tierra se la hubiese tragado en aquel preciso instante, pero Carlos continuó hablando:

-De ninguna manera. Los hombres de mi edad no tenemos por costumbre admitir invitaciones de Señoritas, por el contrario, solemos estar encantados si son ellas las que admiten las nuestras, así que si me permite.-le dijo mientras con la mano hacía el típico gesto de “después de usted”.

-Será un placer –contesto Elisa suspirando y haciendo un amago de reverencia que provoco una amplia sonrisa en Carlos.

Llegaron a la terraza. Ella pidió una Coca-Cola y él agua mineral con gas. Un joven violinista, que interpretaba piezas a petición del público que se sentaba en los veladores de la plaza, se acercó a Elisa y le dedicó "El Adagio de Albinoni". Mientras sonaba la música, Elisa, temblorosa, miraba de reojo a Carlos que sonreía amablemente al joven músico.Sin duda, el catedrático era un hombre sumamente atractivo que parecía irradiar una luz especial. Miraba de una manera diferente, quizá porque era capaz de ver mucho más allá de lo que podía hacerlo cualquier otra persona que Elisa hubiera conocido. Posiblemente había sido un conquistador, tal vez todavía lo era pero, por primera vez (meses después se lo confesaría a Elisa), Carlos se dio cuenta de su extraña necesidad de no separarse de aquella muchacha.

Hablaron de infinidad de cosas. A cada minuto,  a cada instante, Elisa se daba cuenta de que su admiración por Carlos iba creciendo. Era tal y como lo había imaginado: Inteligente, sencillo, divertido y sobre todo, buena persona. Ella le miraba como se mira a un dios y él no dejaba de reír mientras escuchaba con atención las ocurrencias, explicaciones y versiones que sobre cualquier acontecimiento o situación le brindaba Elisa.

Después del refresco fueron a cenar y después de aquella cena vinieron más conciertos, más cenas, teatro, talleres de lectura, cine y paseos, hasta que un día, como llega todo lo que no quiere irse nunca, lentamente y con mesura, llegaron los primeros besos.

Meses después, durante un fin de semana en la sierra, Carlos se quedo mirando fijamente a Elisa como si nunca antes la hubiera visto de aquella manera:

-Me atormenta esta situación. Quiero mi futuro a tu lado, estoy seguro de ello, pero me asusta lo que pueda ocurrir -Le decía Carlos mientras le acariciaba el pelo con ternura- A menudo pienso ¿Qué pasará cuando tu cumplas los cuarenta y dos años que yo tengo ahora?


-Pues pasará que, posiblemente, tu ya estarás jubilado y podremos dedicarnos a dar la vuelta al mundo.- contestaba Elisa sonriendo.

-Fíjate como son las cosas, cuando tu merendabas pan con chocolate yo ya me había recorrido media Europa y estaba apunto de ser padre. –le decía Carlos moviendo la cabeza con resignación.

-Vale. Pues cuando demos la vuelta al mundo no pasaremos por esos países para que no tengas que repetir si no quieres –decía Elisa divertida mientras se ponía de puntillas para besar a Carlos en los labios- ¿Qué me importa lo que pueda pasar dentro de veinte años? No me gusta pensar a tan largo plazo. Además, tienes que reconocer que, en el fondo, has pasado toda tu vida esperándome.


-Si, creo que eso es verdad. Que pequeñita eres- le decía Carlos sonriendo.

-No. Es que tu eres muy alto. Yo mido 1.60, lo mismo que un borrico cordobés. –dijo Elisa con mucha dignidad.

El agua se había quedado fría y la música había dejado de sonar. Miró el reloj, había estado allí más de media hora. Salió de la bañera, se seco con rapidez y se puso el pijama. Le encantaba aquel olor a ropa limpia. Entró en la cocina y abrió el frigorífico. No tenía mucho apetito así que cogió un yogur y una cucharilla y se sentó en el salón para abrir el correo. Miró la foto de las últimas vacaciones que pasaron juntos en Cuba. ¡Le echaba tanto de menos! Hacía tres meses que no estaba y, desde entonces, solo le reconfortaba recordar y recordar todos los momentos que habían pasado juntos.

-Es como si ya nada nuevo tuviera sentido. Estoy subsistiendo con todo aquello de lo que he alimentado mi alma durante estos años. Viviendo de las rentas del corazón. –decía una noche a su hija Andrea al poco de morir Carlos.

-Mamá. ¿Te parece poco?  Estos años que has pasado siempre te seguirán dando fuerza para continuar. La vida se nutre de la propia vida. Tu te nutres del recuerdo de papá. Te garantizo que conozco pocas cosas que tengan más vida que eso. –le decía Andrea intentando animarla.

-¿Palabra de bióloga? –Le preguntó Elisa sonriendo.

-Por supuesto y palabra de amor, porque ya sabes que yo lo del honor lo tengo conceptuado de otra manera -le contestó Andrea mientras le apretaba la mano y le guiñaba un ojo.

El sonido del teléfono sobresaltó a Elisa que estaba recostada en el sillón con los ojos cerrados. Se incorporó y miró el reloj nuevamente. Las nueve y media.

-Diga –contestó.

-¿Si? ¿Es la señora de la casa? –preguntó una voz al otro lado del teléfono.

- Si, dígame –contestó Elisa mecánicamente.

-Disculpe, mi nombre es Mirta Suarez y la llamo para informarle sobre nuestra nueva promoción de colchones viscoelasticos, dotados de cámara de aire y capa de mentol refrescante para la cara de verano, y de algodón para la cara de invierno. En la actualidad, y solo durante los próximos quince días, con la compra de uno de nuestros colchones recibirá completamente gratis dos almohadas viscoelasticas para un completo descanso. De estar interesada, y si efectúa su pedido en los próximo tres días, recibirá también, completamente gratis, un edredón de pluma disponible en cuatro colores, marrón chocolate, verde bosque…


-Disculpe Señorita… Mirta –interrumpió Elisa.

-Como no Señora dígame –contesto la televendedora al otro lado.

-La verdad es que estoy absolutamente asombrada de su rapidez y fluidez verbal. Creo que es usted una estupenda profesional de la venta telefónica. Es más, estoy segura de que sus colchones deben ser lo mejor para el descanso pero, francamente, no pierda su tiempo conmigo, no voy a comprar ningún colchón. De todas formas muchas gracias por la información. Buenas noches. – se despidió Elisa.

-Buenas noches señora. Un placer. – contestó la vendedora.

Cuando colgó el teléfono, Elisa pensó en la pobre muchacha. Vendiendo colchones a las nueve y media de la noche. Sintió remordimientos, como si en parte fuera culpable del destino de aquella pobre mujer por no haberle comprado el colchón. Pensó en su vieja librería. En las berenjenas rellenas y el helado de fresa. En los libros electrónicos. En el campamento urbano de Andrea… “Quizá todavía se pueda hacer algo con esta vida. –Dijo en voz baja mientras se asomaba al ventanal del salón- Otra vez esta lloviendo. Este invierno esta siendo largo… muy largo y muy frio.