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sábado, 6 de junio de 2009

Número 9 - 3º Piso, Puerta - A (Capítulo IV)

Elisa oyó como se abría la puerta de la calle. Era Adela, la mujer que la ayudaba en la casa desde que las niñas eran muy pequeñas. Venía todas las mañanas a las nueve y se marchaba a las dos. Adela había visto crecer a Isabel y Andrea. En casa todos la consideraban uno más de la familia. En realidad, ya no era necesario que viniera diariamente, pero a Elisa le ayudaba saber que seguía teniéndola a su lado cada mañana. La hacía reír mucho. Era divertida, muy divertida. La sencillez y la naturalidad con la que relataba cualquier situación que hubiera vivido, hacía que sus historias resultasen siempre originales y con ese punto de humor que sólo ella sabía imprimir a sus vivencias por dramáticas que fueran.

Adela se acercó a la habitación de Elisa y desde la puerta le preguntó muy bajito:

-Elisa ¿Está despierta?

-Si Adela, hace horas que lo estoy -contestó Elisa dándose la vuelta en la cama y apartando el edredón.

-¿Otra mala noche verdad? -volvió a preguntar con tristeza Adela.

-Si, eso parece. Adela, vaya resfriado que traes hija.  -dijo Elisa levantándose mientras buscaba sus zapatillas.

-Si que lo he pillado bien si. En fin, ¡Venga a levantarse!, que le he traído unos churritos y ahora mismo le preparo un café que verá que bien le sienta. –le dijo la mujer intentando animarla.

-Que buen plan ese de desayunar churros. Hacía mucho tiempo que no los comía. Desde que los trajiste la última vez, hace ya más de un año. ¿Recuerdas el atracón que se dio Carlos? –Preguntó sonriendo Elisa.

-¡Vamos que si me acuerdo! Luego se llevó toda la mañana diciendo que parecía que se le hubieran puesto de pié en el estomago. –Contestó riendo la buena de Adela.

Elisa se puso una bata y se dirigió a la cocina. Se sentó y apoyó la cabeza sobre la palma de la mano mientras, casi de forma inconsciente, comenzó a perfilar con el dedo índice el contorno de una de las flores del mantel. De vez en cuando levantaba la vista para mirar como Adela se movía de aquí para allá, preparando el desayuno para las dos.

-¡Ea! Aquí esta el café –dijo Adela con alegría.

-¡Mmm! Que bien huele. El olor del café recién hecho es uno de mis favoritos –Dijo Elisa sonriendo a una Adela que iba y venía colocando sobre la mesa tazas, cucharillas y demás utensilios.

-¿Me lo cuentas ahora o después de llorar? –preguntó Elisa mientras Adela daba vueltas y vueltas al café moviendo la cucharilla a una velocidad poco común.

-Que bien me conoce usted. Es lo de siempre. Este niño que ayer llegó con ganas de fiesta y la montó. Como siempre la hermana llorando, el hermano en su habitación haciendo ver que no se estaba enterando del jaleo, y yo, amargadita con este hijo. Ya no se que hacer. –Dijo Adela llorando mientras se sonaba la nariz con una servilleta de papel-. Porque es lo que digo yo: Si no le hace falta de nada ¿a que viene esa amargura que tiene siempre? Elisa, que hasta a la novia la trae frita con ese genio que tiene últimamente. Yo no se que pensar ¿Usted cree que estará dando malos pasos? –Preguntó Adela mirando fijamente a Elisa como si en su cara pudiera hallar la respuesta a todos sus males.

-Mujer, la adolescencia es una etapa complicada en cualquier chico. A veces somos nosotros mismos, con la sobreprotección que ejercemos sobre ellos, los que acabamos asfixiándolos y robándoles ese espacio vital que ellos también necesitan. No olvides que ya ha crecido. Yo cometí ese error con Andrea. La veía tan distinta a su hermana en fondo y forma, que pensé que pudiera estar tocando esos mundos a los que tu te refieres, y ya ves, al final ha salido tan amante de la vida sana, que a veces casi siento vergüenza si como un filete cuando ella esta delante. Ya veras, cuando venga dile que te cuenta la historia de la cadena de producción de pollos. Con lo sentimental que eres, te veo comiendo Toffu. –Dijo Elisa intentando poner una nota de humor a la situación.

-Pero usted, al menos, tenía a su marido que menudo apoyo ha sido siempre para todos. –Le dijo Adela con tristeza.

-Si, eso es verdad. –contestó amargamente Elisa- Ahora ya no se a quien debo acudir cuando tengo alguna duda o algo me asusta como te está pasando a ti. 


Elisa bebió un poco de café y sonrió mientras miraba a Adela. Tomándole una mano por encima de la mesa,  le preguntó:

-¿Sabes que era el Oráculo de Delfos?

-Si claro  –contestó Adela- Es una figura que está encima de la mesa del despacho de Carlos. El me lo dijo una vez. ¡Hay que ver lo que pesa la condenada! Pero bien bonita que es.

-¡Anda ven! Vamos al despacho –dijo Elisa.

Las dos mujeres se dirigieron al despacho y Elisa tomó la figura que representaba el oráculo de Delfos entre sus manos. Mientras lo acariciaba comenzó a relatar muy despacio la historia de aquel Templo:

-El oráculo de Delfos era un gran recinto de carácter sagrado. Estaba dedicado sobre todo al dios Apolo. Los griegos lo visitaban para preguntar a los dioses sobre aquello que les inquietaba. Estaba en lo que fue la antigua ciudad llamada Delfos, en Grecia -Elisa continuó hablando mientras sonreía al observar la expresión de la cara de Adela- Esa ciudad hoy ya no existe. Allí tambien había unas montañas que se llamaban de la Fócida, y al parecer, de sus rocas, brotaban varios manantiales que formaban distintas fuentes. La más conocida de ellas era la fuente de Castalia, en la que, según la mitología se reunían algunas divinidades, diosas del canto y la mismisima poesía. Todas se llamaba musas, y se reunían con las ninfas de las fuentes, las náyades. En estas reuniones Apolo tocaba la lira y ellas cantaban. El oráculo de Delfos se convirtió en el centro religioso de los griegos y su mayor fuente de sabiduría. –concluyo Elisa sin dejar de sonreir.

-La de cosas que sabe usted. – dijo Adela moviendo la cabeza de una lado a otro- Que historia más bonita.

-Toma –dijo Elisa poniendo sobre las manos de Adela la representación del oráculo- Es para ti. A Carlos le hubiera gustado que lo tuvieras. Así cuando no sepas a quien recurrir puedes mirarlo y seguro que, desde donde quiera que esté, te envía su sabiduría y su energía. Igual que antes.

-¿De verdad me lo da? –preguntó Adela llorando y sin dar crédito a lo que Elisa acababa de decirle- ¿No le da pena separarse de algo de Carlos?

- No si se que lo tendrás tu. No podría estar en mejores manos. Se que él lo hubiera querido así. –contestó Elisa mientras retiraba un mechón de pelo de la frente de Adela y se lo colocaba tras la oreja.

El teléfono sonó y Adela salió presurosa hacía la cocina para contestar:

-¡Diga!

-Si buenos días. ¿Elisa por favor? –se oyó una voz masculina y grave al otro lado del teléfono.

-Si ¿Quién la llama? –Preguntó Adela.

-Francisco Diañez –contesto el hombre.

-¿D. Francisco Ibáñez? –Preguntó Adela para confirmar el nombre de su interlocutor.

-No, Diañez. Con “d” de Dinamarca- Aclaró el hombre.

-¡Ah! Perdone usted le había entendido mal. Ahora mismo aviso a la señora. Un momento por favor. –contestó Adela nerviosa mirando a Elisa que se aproximaba en ese momento.

-¡Madre mía Elisa! –Dijo tapando el auricular con la mano- La llama el conde de Dinamarca.

-¿Quien? –preguntó Elisa sorprendida.

-El conde de Dinamarca –repitió Adela- Seguro será para darle el pésame por lo de Carlos. Como conocía a tanta gente, pues vaya usted a saber, lo mismo este hombre se ha enterado ahora. –Explicó Adela con su lógica particular.

Elisa se encogió de hombros e hizo un gesto a Adela con la mano para que le pasara el teléfono.

-Buenos días –saludo Elisa.

-¿Cómo está mi chica favorita? –Preguntó el hombre.

-¿Curro?-preguntó Elisa dudosa.

-Si soy yo. ¿Vuelvo a España después de un mes y ya no me reconoces? –se extrañó Curro.

Elisa comenzó a reír a carcajadas sin poder parar de hacerlo mientras Adela la miraba atónita.

-¿Elisa? ¿Te ríes por la alegría que te produce escuchar mi voz o me estoy perdiendo algo?

-Perdona pero, ¿qué le has dicho a Adela?

-¿Adela? Pues que quería hablar contigo, que si estabas en casa. No recuerdo exactamente pero algo así ¿Por qué? 

-Me ha dicho que me llamaba el conde de Dinamarca –contestó Elisa mientras Adela la miraba ladeando la cabeza sin saber qué pasaba-

- Ja, ja, ja! – Se escucho la risa de Curro al otro lado del teléfono- Es increíble, no me extraña que no puedas parar de reír. Esto es lo más divertido que me ocurre desde hace mucho tiempo.

-Te aseguro que a mi también- dijo Elisa-

-Ha sido al deletrearle mi apellido. Le he dicho Diañez, con “d” de Dinamarca. La verdad es que no he reconocido su voz. Pensé que podía ser alguna amiga tuya. –aclaró Curro-

Adela sin poder parar de reír se volvió hacía Adela y le dijo:

-Adela, es Curro, nuestro Curro.

-¿Curro? ¿Y por que no me lo ha dicho? ¿Qué pasa que se ha levantado con ganas de guasa el niño? –Dijo Adela intentando parecer molesta.

-No te ha reconocido la voz, como estás tan resfriada. –explicó Elisa a una Adela que ya estaba trasteando en la cocina.- Curro –dijo Elisa volviendo a su conversación telefónica- ¿Qué tal estás hijo?

-Bueno, todavía un poco cansado del viaje pero muy contento. He podido pasar mucho tiempo con Carlitos. La verdad es que le he visto muy bien, muy integrado en la cultura anglosajona. Sara ha dejado que pasara con conmigo prácticamente todo el tiempo libre que tenía después del colegio. He podido ver a muchos amigos, en fin… muy bien. Ahora un poco triste claro, echo mucho de menos al niño. De todas formas Sara lo dejará venir dos meses en verano así que ya mismo le tenemos por aquí. –explico Curro.

-Claro, ya verás como el tiempo pasa volando –le animó Elisa- Por cierto, mañana viene Isabel para pasar el fin de semana. Andrea también iba a venir pero al final, bueno ya sabes como es tu hermana, se queda organizando un campamento urbano para niños desfavorecidos. Podrías venir el sábado a cenar a casa, así charlaremos los tres un rato ¿Qué te parece? –Preguntó Elisa.

-Me parece una idea magnifica. No faltaré. Seguramente llegaré antes, así me invitas a merendar. Dile a Adela, que se apiade de mi y haga una de sus famosas tartas de manzana. ¡Le salen tan bien!

-Se lo diré no te preocupes –contesto Elisa.

-Bueno, entonces hasta el sábado. Un beso –se despidió Curro.

-Un beso –dijo Elisa.

Colgó el teléfono y pensó en lo mucho que se parecía Curro a Carlos, su padre. Tenían la misma voz, los mismos gestos, incluso habían seguido vidas paralelas. Curro también se enamoró de una chica inglesa quince años menor que él a la que conoció, casualmente, cuando impartía clases de español en Londres hacía seis años. Fue un amor a primera vista. A los seis meses estaban viviendo juntos y un año después nació Carlitos. Hacía ocho meses que se habían separado y Curro todavía estaba intentando adaptarse a su nueva vida. “Le vendrá bien cenar mañana con Isabel, seguro que le anima. –Pensó Elisa- Como siempre le dirá que está guapísimo y que nadie diría que va camino de los cuarenta y cinco. Lástima que no este Andrea. Me hubiera gustado tenerlos a los tres juntos"..