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domingo, 31 de mayo de 2009

Nº 9 - 3º Piso, Puerta -A (Capitulo III)


Se despertó sobresaltada. Eran las cuatro y media de la madrugada. Sabía que ya no podría volver a conciliar el sueño. Sin duda la noche era uno de los peores momentos. Cerró los ojos. El tic tac del reloj del salón y el motor del frigorífico de la cocina eran los únicos sonidos que rompían el silencio sepulcral de la casa. De vez en cuando, se oía el ruido de los neumáticos de algún coche al pasar sobre los charcos de agua que se habían formado por la lluvia. El peso de la soledad se había acomodado en el pecho de Elisa y apenas si la dejaba respirar. ¿Cómo podría afrontar un futuro tan lleno de ayer?¿Aprender a vivir una vida llena de pasado? Muchos recuerdos, mucho dolor, y una cama demasiado grande, le ofrecían una noche más de insomnio interminable.

Pensó en la época en la que despertar al lado de Carlos cada mañana era su único horizonte. Años y años viviendo su entrega como un privilegio de amor que la vida le había concedido. Algo que nadie más tenía la posibilidad de sentir. Abrió los ojos, al fondo, en la penumbra de la habitación, podía distinguir el juego de tocador que su madre le había regalado el día de la boda. ¡Mi pobre madre! -pensó mientras una sonrisa agridulce se dibujaba en sus labios- Todavía podía recordar como si hubiera ocurrido ese mismo día, la tarde que le contó a la pobre Consuelo que tenía novio.

-Bueno hija –le dijo su madre con cara de “me lo veía venir”- Era de ver que tarde o temprano Luis y tu acabaríais siendo novios. Sois amigos desde muy niños y a mi me parece un buen muchacho. Es una buena persona y su familia gente honrada que, tal y como está hoy la vida, no es poco. Fíjate tu prima Águeda…

- Mamá –interrumpió Elisa nerviosa- ¡hija déjame hablar!

Su madre se irguió en la silla y puso las manos sobre la mesa, cruzándolas como si pidiera a Dios que, de la boca de Elisa, no saliera ninguna barbaridad. Hizo un ligero movimiento de cabeza adelantando el mentón y miró a Elisa fijamente mientras le decía:

-Habla. Habla y dime lo que tengas que decirme pero, antes de abrir la boca, piensa que después tendrás que hablar también con tu padre.

-Ya lo he pensado. Pero seguro que tu me echarás una mano con eso ¿No? –dijo Elisa sonriendo.

-Elisa que me estas asustando ¿eh? ¡Dime que no estás embarazada hija! -dijo la madre colocándose la palma de las manos sobre las mejillas.

-¡Que no mamá! –contesto Elisa empezando a perder la paciencia.

-Bueno. ¡Gracias virgencita! Entonces, ¿Qué pasa con lo del novio?- pregunto su madre.

-Mamá tengo novio pero no es Luis, yo le quiero mucho y sin duda es un buen chico pero no siento por él nada parecido a lo que siento por… por Carlos. – dijo Elisa mientras sonreía dulcemente.

-¡Ah! ¿Se llama Carlos? –dijo la madre con cierta ironía– Vaya, tiene nombre de niño rico.

-Bueno, digamos que no es ni rico ni pobre. Es profesor. –contestó Elisa haciendo una pausa- De la universidad -continuo diciendo mientras miraba a su madre de reojo- En realidad, es uno de mis profesores –dijo mientras el tono de su voz iba bajando hasta acabar en un susurro.

-¿Uno de tus profesores? –preguntó su madre extrañada mientras se movía en la silla como si esta se le hubiera quedado pequeña- Entonces… ¿Qué edad tiene tu novio?

-No, no es tan mayor como estas pensando –dijo mientras tragaba saliva intentando deshacer el nudo que se le había hecho en la garganta con la edad de Carlos -Sólo tiene cuarenta y dos años –contestó intentando aparentar naturalidad-

-¡Ay Virgen de la Macarena! –Casi gritó la madre de Elisa- Pero niña ¿tu estas loca? ¿No ves que ese hombre te dobla la edad? ¡Ay Dios mío, como la canción de Marifé de Triana! Chiquilla,  piensa lo que estás diciendo ¿no ves que es una locura? Cuando pasen los años, y a ti se te pase el embeleso que tienes, vendrán los problemas.  Además, soltero con esa edad, no parece trigo limpio. ¿Quién te garantiza que no es un picaflor que se aprovecha de ti y luego te deja?

-Mamá no me hace falta ninguna garantía. Yo confío en él, se lo que siente por mi y la clase de persona que es. No necesito más. –dijo Elisa tajante-

-¡Oh si necesitas más! ¡Ya lo creo que necesitas más! -dijo su madre sin dejar de mover la cabeza mientras asentía mecánicamente- Vas a necesitar el valor de “El Guerra” para hablar con tu padre. Yo no quiero saber nada. Conmigo no cuentes para apoyarte en este disparate. No seré yo la que te permita que te estrelles para el resto de tu vida.

-Mamá –dijo Elisa poniendo la cara de tristeza con la que sabía que siempre ganaba las batallas que entablaba con la humilde mujer- Si no cuento contigo, si una hija no puede apoyarse en su madre ¿En quien ha de hacerlo entonces? Dime mamá ¿qué es lo que he hecho mal, amar a alguien tanto que a veces me cuesta respirar sólo de pensar que puedo perderlo?

-Elisa no me seas manipuladora. Soy tu madre y te conozco bien cuando me pones esa carita da santurrona.-le dijo Consuelo en un esbozo de reprimenda.

-¿No me ayudarás mamá? -preguntó Elisa desconcertada.

-Hija, ¿no podías haberte arreglado con Luís? –preguntó la madre con voz lastimera intentando convencer a Elisa.

-Mamá yo no amo a Luís. No tenemos nada que ver ¿No lo entiendes? ¿Crees que puedo pasar el resto de mi vida con una persona que piensa que Pablo Neruda es un jugador de Futbol argentino? -preguntó Elisa.

-Pero el roce hace el cariño. -Insistió su madre.

-¡Por Dios Santo! ¿Qué roce? –preguntó alterada Elisa- No mamá. –dijo mientras le tomaba una mano a su madre y suavizaba el tono de voz- No voy a sacrificar mi felicidad porque tu o papá penséis que Carlos no es el hombre apropiado para mi. Es el amor de mi vida y con él la quiero compartir.

-Esta bien, que sea lo que Dios quiera –dijo su madre resignada- pero… ¿No será comunista verdad? Lo digo por tu padre. Ya sabes como lleva él eso de los radicales.

-Bueno –sonrió Elisa con ternura- eso no hace falta que se lo digamos a papá de momento ¿No crees?

La conversación con el padre no resultó tan difícil como Consuelo le había dicho. En el fondo, sabía que él sólo quería un marido trabajador y serio para ella. Alguien que supiera mantenerla en la posición en la que él la había situado. Presentía que un profesor de universidad, maduro y con una situación acomodada no le parecería tan mala opción, así que enfocó su planteamiento en esta línea. Se casaría con Carlos independientemente de lo que pudiera decir su padre pero, si las cosas salían bien, evitaría el sufrimiento de su madre.

Después de un rato de charla, durante el cual Elisa detalló minuciosamente toda la información que consideró debía conocer su progenitor, y evitó mencionar aquello que sabía no era conveniente comentar, su padre le dijo:

-Al menos no te faltará de nada y si, además, es un hombre instruido mejor que mejor, así podremos pasar buenas sobremesas de charla en el casino los domingos cuando vengáis a comer a casa. No me parece mala tu elección. Dile que venga a verme lo antes posible. Quiero que me diga cuales son sus ofrecimientos y sus planes de futuro.

Elisa asintió con la cabeza y se dirigió a su habitación mientras pensaba en su madre y en lo triste, gris y fría que habría debido ser la vida para ella al lado de aquel hombre. De buena gana le hubiera dicho: “Estás bastante equivocado si piensas que Carlos irá al casino para hablar y hablar sobre tu maldita guerra civil. Afortunadamente su visión de la vida va mucho más allá de los toros, los puros, el casino y una mujer que le rinda pleitesía”. Siempre había deseado decirle a su padre lo que pensaba sobre su forma de ver la vida y la manera en la que trataba a su madre, como si por el mero hecho de ser mujer no tuviera entendimiento. Sin embargo, se mantuvo en silencio y fue prudente, callando para no disgustar a la pobre Consuelo. “Tu déjale, no le hagas caso hija, mientras te deje ir a la universidad…”-le dicía su madre muchas veces- Y ella le dejaba, asumiendo que no le quedaba más remedio que aparentar conformidad con los razonamientos de bienestar que planteaba su padre, aun sabiendo que eran, cuando menos, injustos. “La tengo como una reina. No carece de nada: joyas, vestidos, veraneos, buena comida... He sabido mantener una situación acomodada y siempre hemos gozado de buena posición. En mi vida he insultado a mi mujer. Nunca le he pegado ni un mal guantazo. Yo siempre le he dado su sitio” decía Enrique a sus hermanos y cuñados en las reuniones familiares de Navidad. “Su sitio si, su sitio. –Pensaba Elisa- Como a la caja de puros o a las gafas para leer el periódico. ¿Qué más quería su pobre madre?

Aquella misma tarde, mientras ponía sobre la mesa de camilla una bandeja con café y tortas de aceite para la merienda, Consuelo se sentó pensativa al lado de su marido mientras le comentaba preocupada:

-Ella dice que es el amor de su vida. ¿Tu como lo ves Enrique? –le preguntaba su mujer temerosa por el futuro de su hija.

-Bueno, peor hubiera sido que el amor de su vida fuera un niñato metido en política, ateo y mal hablado, que al poco tiempo le diera mala vida y nos la mandara de vuelta llorando y con unos cuantos niños hambrientos.–contestó Enrique.

-Claro, viéndolo de esa manera, no te digo yo que no sea bueno este hombre. Tu como te has enterado que es profesor de universidad…Pero lo importante en la vida no es siempre como uno esté situado. ¿Qué quieres que te diga? Le veo yo muy mayor para la niña ¿No? –Volvió a preguntar la mujer-

-Consuelo, bien está dejarlo así. Hablaré con él y, si sus intenciones son buenas, que se casen y se acabó. Al menos ya la tendremos recogida y en manos de un hombre serio. No está la vida como para escoger mucho. Démosle tiempo al tiempo y ya veremos que pasa. –Dijo Enrique levantándose y cogiendo su abrigo para salir- Voy un rato al casino hasta la hora de cenar. Adiós.

Enrique salió y el ruido de la puerta al cerrarse tras de si dejó a la pobre Consuelo sola en un mar de dudas.

-Eso. Tu al casino y yo a lo mío, aquí, amarradita a la pata de la cama y con la pierna quebrada . –dijo Consuelo bajito, como temiendo que Enrique pudiera regresar y oírla hablar de aquella manera- ¡Pues mira lo que te digo viejo egoísta! Si la juventud me hubiera pillado a mi en esta época te ibas a enterar tu de quien es Consuelo.

Elisa la escuchaba desde la cocina mientras se preparaba un café y pensaba:: “Ya ves mamá, esto ocurre cuando te casas pensando que el roce hace el cariño y eliges la opción más conveniente y no la que te hace más feliz. Al final tienes cariño, años y años de un extraño cariño pero, ni un solo instante de amor, ni un solo segundo en el que la otra persona te haga temblar cuando pronuncia tu nombre, cuando te toma de la mano o te dice buenos días, mientras te retira el pelo de la cara por la mañana y te abraza tan fuerte que casi no puedes respirar. Es una pena que nunca hayas podido sentir así.”

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