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martes, 30 de septiembre de 2008

ME DEBES UNA


Como todas las mañanas, me levanté muy temprano, desayuné con mis hijos y después del ritual diario de llantos, peleas y algún que otro empujón, conseguí meterles en el coche para llevarles al colegio. Cuando regresaba a casa sonó el móvil:

-¿Si? Dígame. –dije.

-¿Dónde andas buena mujer? –Preguntaba al otro lado mi amiga Pepa.

-Ya ves  –contesté- Vengo de dejar a mis niños en el colegio y vuelvo a casa. Quiero montar en el estudio un mueble de Ikea, así que tendré entretenimiento para rato.

-Que apañadita que eres, lo mismo haces una tarta que montas un mueble. Siempre has sido un Ferrari –Me dijo Pepa-

-No tienes ni idea –Contesté- Cada día estoy a menos revoluciones, ya me siento un coche de esos sin  carné.

-Que exagerada eres. En fin, -dijo Pepa cambiando de tercio- yo te llamo para saber como estás y para pedirte un favor, pero no se te ocurra decirme que no, porque tengo un lio y necesito que me acompañes a un sitio. No tardaremos más de una hora. Cumplir y no venimos. Además, tu sabes manejar estas situaciones mejor que nadie, por algo te has llevado muchos años dando capotazos a unos y a otros, así que no me digas que no.


-¿Vas a un velatorio o qué? Pregunté


-No no. Pero no te creas,  que...

-Pepa hija, si te quiero es por lo bien que te explicas. ¿A que lugar se supone que tengo que ir contigo?

-Amiga, es que esta noche es la presentación de la nueva colección de ropa deportiva de una firma italiana. Por cierto, tienen verdaderas monerías. El caso es que no quiero ir sola, en realidad no quiero ir de ninguna manera, pero no tengo más remedio que hacerlo porque mañana me toca escribir la reseña para el periódico, por eso he pensado en ti, para que me acompañes. Además, que hace yo que se cuanto que no sales por la noche. Que yo sepa, desde la presentación del libro de Roberto, así que está noche te pones bien guapa y nos vamos a quemar Sevilla - me dijo riendo.

-Primero, lo tengo difícil para dejar a los niños con alguien; Segundo, no me encuentro yo últimamente muy guapa; Tercero, lo de quemar la noche no es lo mío, y cuarto, no me apetece ni lo más mínimo el evento en cuestión. De todas formas, haré lo que pueda por acompañarte. Por cierto, me debes una. –Le dije.

-Vale vale, te la debo. Te llamo luego y concretamos ¿Vale?

-Muy bien.



Intenté montar el mueble de Ikea,pero, finalmente, desistí y opté por organizar antiguas fotos. Actividad que, sin duda, me apetecía mucho más.

Estaba preparándome algo para comer cuando sonó el teléfono:

-¿Cuento contigo para esta noche? –Preguntó Pepa.

-Cuenta. Pero volvemos pronto ¿Eh? –Le advertí.

-Como una exhalación –Me aseguró- El desfile empieza a las ocho y media en el Meliá Lebreros. Te recojo a las siete y media, así llegamos con tiempo suficiente para situarnos. No te preocupes, a las diez y media estas en casa.

-Está bien. Nos vemos luego. –Dije.

A las ocho llegamos al hotel. Nada más entrar comencé a ver caras conocidas. Gente de prensa, de federaciones deportivas, incluso algunos de organismos oficiales. A la mayoría hacía más de dos años que no les veía, prácticamente desde que deje mi trabajo. A medida que avanzábamos hacía el salón donde se iba a celebrar el desfile, saludaba a unos y a otros con la cabeza. Muchos se acercaron a estrecharme la mano y a comentarme cuanto tiempo hacía que no nos veíamos.

-Anda, ¿No te alegra ver a tanta gente conocida? –Me preguntó Pepa.

-Pues… ¿Qué quieres que te diga? A unos más que a otros. La verdad es que ya he perdido la costumbre. Con tanto saludo me siento un poco como la jaca de Peralta. –le contesté.

-No seas tonta. –Me dijo Pepa soltando una carcajada- Tu no tienes la cara tan larga. Eres mucho más mona.

-Gracias. Si es así, ya me dejas más tranquila. –Le contesté mientras nos sentábamos.

Vimos el desfile y luego pasamos a una breve rueda de prensa que dieron los directivos de la marca en España. Finalmente, después de entregarnos unos dossieres informativos sobre la nueva colección, nos invitaron a pasar a un salón contiguo para disfrutar de un cóctel que, normalmente, es donde la gente empieza a pasárselo bien. Como suele ocurrir casi siempre en este tipo de eventos, al principio todo el mundo se comporta de manera bastante comedida, luego comienzan a oírse las primeras carcajadas, los chistes subidos de tono y las bromas. Al final, quedan los cuatro de siempre, que tienen como tema favorito de conversación hablar mal de los que ya se han ido, aquellos a los que al principio saludaron con un efusivo abrazo y un “Me alegro de verte”.

La sala era grande. Estaba pintada de color crema y el suelo era tipo granito, de un color gris muy claro. En el centro tenía una puerta corredera que permitía convertirla en dos estancias diferentes. Para el coctel habían repartido catorce mesas de apoyo, todas con manteles color chocolate. En las paredes había unas láminas de pintura impresionista; Mi favorita.

Tomé un sorbo de vino blanco mientras pensaba que, en los últimos dos años, el ambiente apenas había cambiado. Una mujer se me acercó y me preguntó:

-Perdona, pero te vi antes y tu cara me resulta conocida ¿Tu eres de la familia Foronda quizá?

-Pues no. Nada que ver – Le contesté sonriendo.

-Pues fíjate, creo que te conozco de algo. –Insistió.

-Igual nos hemos visto en algún otro evento o en alguna presentación. –Le dije.

-Claro, igual si. Me llamo Adela de Velasco. ¿Tu eres de prensa o del mundo del deporte? 


-Pues de ninguna de las dos cosas. Vengo acompañando a una amiga. Ella si trabaja para un periódico. –Contesté.

-Yo tengo tiendas de ropa deportiva. Sportime ¿Las conoces? – Siguió preguntando.

-Si claro. ¿Quién no? –Contesté sonriendo sin ganas.

Parecía escapada de una serie americana de esas en las que todos los ricos son malos menos uno que es el que se enamora de la chica pobre. Estaba tan sumamente repeinada que se podría jugar a los dardos en su cabeza. Tenía la piel que tienen las mujeres cuando en su familia no se pasa hambre desde hace generaciones. Pendientes de perlas, una cadena que rodeaba su cuello, de la que colgaba un medallón bastante grande, un reloj de oro y un solitario en su dedo meñique. Llevaba un vestido de gasa muy bonito, y los zapatos…supongo que serían unos Manolos, claro está.

Un camarero muy delgado recorría la sala, a una velocidad de vértigo, mientras llevaba una bandeja llena de copas en su mano derecha. Esquivaba a unos y a otros haciendo una autentica demostración de equilibrio. Me extrañó su experiencia porque era muy joven. Deben contratarle para servicios puntuales porque el uniforme no parece suyo. El pantalón le queda cortísimo. –Pensé mientras le seguía con la mirada.

Mantuve conversaciones entrañables con algunos conocidos; Trabajadores y buenas personas que todavía se dejan llevar por la decencia y el respeto. Con otros, hablar por hablar. Palabras sin destino que se pronuncian para no decir nada. Estaba deseando volver a casa.

Al fondo de la sala, un grupo de hombres reía estrepitosamente. Conocía a la mayoría, por eso supuse que alguno de ellos habría hecho el típico chiste fácil sobre la camarera que acababa de recoger las copas vacías de la mesa en la que estaban. Son los de siempre, trajes de Armani, corbatas de Hermes (les tocan siempre como regalo de reyes), zapatos Lotus y camisas con sus iniciales bordadas en el pecho. La mayoría, llegaron a la ciudad hace años, para estudiar con el dinero que sus padres ganaron trabajando duro en el pueblo. Se quedaron aquí y olvidaron que un día fueron chicos sencillos, de familias sencillas, que durante mucho tiempo usaron calcetines zurcidos por las sencillas manos de sus laboriosas madres.

A la derecha de la sala, conversando con un grupo de periodistas, vi nuevamente a la dueña de la cadena de tiendas de deporte. Hablaban sobre muebles de importación. Parecía tener un absoluto control sobre todo lo que la rodeaba. Todo el mundo se acercaba a saludarla mientras, ella, devolvía los saludos con la misma naturalidad con la que yo doblo la ropa limpia. Se comportaba como si toda su vida hubiera estado en aquel lugar, rodeada de aquella misma gente. Mientras la miraba pensé: No creo que haya leído Pura Vida. Seguro que ni siquiera le gusta Mendiluce.

Justo en ese momento se acercó Pepa para decirme:

-Cuando quieras nos vamos, ya tengo todo lo que necesitaba.

-Yo también.

-¿Tu también? ¿Te ha pasado algo?

-Si. Creo que mi vida no está tan mal. Y por cierto, ¿Para que me has pedido que te acompañara? Al final me has dejado sola entre lobos. Tu lo que querías era sacarme de casa.

-¡Pobre Caperucita!. Será que no tienes recursos. El bolsillo de Doraemon a tu lado es un estuche de colegio. Conociéndote te lo habrás pasado de escándalo. Seguro que no te queda por analizar ni al camarero -dijo Pepa- Y claro que tu vida no está tan mal. En este mundo todo es relativo, todo depende de con quien o con que lo compares.

-Estoy convencida de ello. Y que sepas que al camarero los pantalones le quedaban por el tobillo. –dije mientras Pepa se reía asintiendo.

Eran las once menos veinte cuando por fin llegué a casa. Lo primero que hice fue ir a la habitación de mis hijos. Ya dormían. Les besé y me quedé mirándoles durante un buen rato mientras pensaba en lo que había visto aquella noche.

Fui a la cocina, me preparé un te verde y luego me dirigí al estudio. Allí estaba desmontado el mueble sueco. Fuera se oía ladrar a un perro. El verano se estaba terminando y por las noches ya empezaba a refrescar. Pronto tendré que sacar la ropa de otoño. Es increíble como pasa el tiempo. Hoy me he perdido Cifras y Letras –pensé mientras me recostaba en el sofá y cerraba los ojos – Recordé que mi abuela tenía un huevo de madera para zurcir calcetines y eso me hizo sonreír. Terminé el té y me levanté diciendo: “Bien Escarlata, vete a dormir, mañana será otro día.”




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