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sábado, 29 de agosto de 2009

N9 - 3º Puerta - A (Capitulo VI y último)




El teléfono sonó en el salón e Isabel se levantó para contestar:

-¿Si? Hola. Si, ya ha llegado. ¿Mañana a las once? Vale, no te preocupes nosotras se lo decimos. Salimos ahora mismo. Un beso.

-¿Qué te ha dicho? –preguntó Andrea a su hermana.

-El entierro es mañana a las once, primero le darán un responso en el tanatorio, sobre las diez y media. Le he dicho que nosotras se lo comunicaremos a la gente de la universidad. De todas formas la compañía de seguros ya ha gestionado la publicación de la esquela –contestó Isabel.

-No puedo creer que esto este pasando –dijo Andrea rompiendo a llorar- No puede ser verdad que se haya ido de esta manera. La última vez que nos vimos estaba mucho mejor. Incluso vi como limpiaba los pinceles para volver a pintar. Estuvimos hablando de muchas cosas y por primera vez, desde hacía tiempo, había recobrado la ilusión, las ganas de vivir.

-Era una persona muy especial. – dijo Isabel sonriendo amargamente- Sabía muy bien como esconder su sufrimiento. ¿Crees que en algún momento habría permitido que nos diéramos cuenta de lo mal que estaba? Jamás hubiera consentido que su estado de ánimo hubiera provocado un cambio en nuestras vidas.

-¿Nuestras vidas? Creo que una gran parte de la mía se la ha llevado consigo. Ya no será nunca lo mismo. Me siento triste, enfadada y sola. Me siento tan sola que quisiera cerrar los ojos y no volver a abrirlos nunca más.-dijo Andrea.

-Andrea -dijo Isabel intentando consolar a su hermana- ha sido un duro golpe para todos, pero piensa en lo que decía papá: “Si recuerdas con cariño a una persona que se ha ido, volverá cada vez que la necesites, siempre la tendrás a tu lado, siempre hasta el final de tus días”.


-Pues que me perdone papá donde quiera que esté, pero eso no me sirve. Y perdóname tu también pero ya no soy una niña. No me trates como si tuviera diez años. Acaso crees que me servirá de consuelo salir esta noche al balcón y pensar que no se ha ido, que esta en aquella estrella mirándome y sonriendo. ¡Vamos hermana no me vengas con historias! La gente se muere, se va y no vuelve nunca más, y los que nos quedamos aquí sentimos tanta impotencia, que te prometo que si creyera en Dios me volvería atea en este mismo instante. He visto la miseria y la grandeza del ser humano más de una vez. He visto niños de no más de dos años bebiendo agua de los charcos que la lluvia dejaba en la calle mientras su madre caminaba detrás con un bebe en sus brazos y otro en su vientre. He visto a gente convivir con ratas y tratarlas con la misma naturalidad con la que tu tratas al camarero que te sirve tu café y tu croissant cada mañana. He visto gente morir, y lo peor, he visto gente malvivir, pero ¿Sabes lo único que me reconfortaba en esos momentos? Coger mi teléfono, marcar ese número y llorar sabiendo que al otro lado alguien pensaba que lo más importante del mundo era hacer que me sintiera mejor. ¿De verdad crees que si se recuerda con cariño a alguien volverá, descolgará el teléfono y estará a tu lado hasta el final de tus días? Isabel –dijo Andrea levantándose y tomando su bolso mientras miraba a su hermana con altivez- ¡Nunca intentes convencer á alguien de aquello en lo que ni tu misma crees! Te aseguro que no da resultado.

-Sólo intentaba que te sintieras mejor – contesto Isabel mientras se levantaba y se colocaba la bufanda rodeando su cuello- Siento no haber estado a la altura de las circunstancias. Me hubiera gustado darte un poco de consuelo. Al fin y al cabo soy tu hermana, y te aseguro que se perfectamente lo que estás sintiendo.

-Créeme si te digo que estoy convencida de tu sufrimiento, pero siempre has sido tan coherente, tan inteligente y tan ponderada, que me resulta difícil pensar que sientas de la misma manera que siento yo – contesto Andrea mientras buscaba en el bolso, de manera compulsiva, un paquete de pañuelos.

-Andrea –dijo Isabel con autoridad- No se que te pasa, pero supongo que es fruto de la situación que estamos viviendo. Posiblemente estarás enfadada con el mundo y con todo lo que te rodea, pero no creo que descargar tu impotencia contra mi te sirva de mucho. En cualquier caso, si con ello te sientes mejor, no tengo ningún inconveniente en convertirme en tu saco de entrenamiento, así que golpea cuanto quieras, no te lo tendré en cuenta.

La puerta del salón se abrió y Adela entró con los ojos llorosos mientras apretaba entre sus manos un viejo pañuelo blanco.

-No os reconozco -dijo Adela- Casi os he criado, y os aseguro que en este momento no os reconozco. Gracias a Dios que vuestra madre no os ha podido escuchar por que acabáis de tirar por la borda el mayor de sus tesoros: Su familia. Ponte el abrigo, agárrate a tu hermana y sal hacía el tanatorio con la humildad que siempre os han enseñado en esta casa –dijo Adela a Isabel- Y tu – dijo dirigiéndose a Andrea- deja de pensar que todos los que no viven como tu están equivocados y aprende a dar a cada cosa el sitio que le corresponde. Trabajar con gente que vive en los suburbios no te hace ser mejor que hacerlo en un edificio en el centro de Madrid.

Andrea e Isabel, obedecieron a la pobre Adela y se dirigieron hacía el vestíbulo con el convencimiento de que lo que acababan de oír era lo más sensato que se había dicho en aquella casa en todo el día.

-Os tenéis la una a la otra. Tu tienes teléfono y tu también- continuó diciendo Adela-  Cuando veas niños bebiendo agua en los charcos –dijo mirando a Andrea- llamarás a tu hermana y le dirás lo mal que te sientes. Llorarás, te sonarás la nariz, y seguirás viviendo porque para eso tienes vida. Y tu –dijo mirando a Isabel- La llamaras a ella cuando te sientas sola y necesites que alguien te escuche. Cuando no encuentres trabajo en eso que has estudiado, que no me acuerdo como se llama. Cuando te sientas mal por tener que seguir trabajando como comercial en esa empresa de cremas. Así que salid juntas por esa puerta y vamos a despedir a tu madre con el respeto y la dignidad que se merece.

Andrea y Adela salieron mientras Isabel se terminaba de abrochar el abrigo y regresaba al salón para recoger las gafas y el teléfono móvil que había dejado sobre la mesa de camilla. Comprobó que las luces estaban apagadas y desconectó la calefacción.

-Nunca conseguiré entender porqué se ha ido. –dijo Andrea llorando mientras se abrazaba a Adela.

-Tal vez necesitaba un abrazo. Un solo abrazo. – Contesto Isabel mientras cerraba la puerta con dos vueltas de llave.-Un último abrazo.

FIN