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domingo, 24 de mayo de 2009

Nº 9- 3º Piso - Puerta A (Capitulo II)



Le conoció en la universidad, ella apenas tenía veinte años y el rondaba los cuarenta y dos. Supo que era el hombre de su vida desde que le vio entrar en el aula y saludar. Le encantaba como era capaz de hablar a todo el mundo con aquella afabilidad sin dejar de utilizar el "usted" en el trato diario. Todas las chicas estaban locas por “el Valpuente”, lo cual suponía una inmensa competencia para Elisa. De todas formas, ella ni siquiera pensó que lo más lógico era que estuviera casado, o al menos comprometido. Algo en su corazón le decía que el Profesor Valpuente y ella habían llegado hasta allí por algo, así que no iba a dejar pasar la oportunidad de comprobar por qué.

Durante el primer año de carrera no hubo una relación más allá de la habitual entre un profesor y una alumna. El era muy agradable con todo el mundo y un magnifico conversador en cualquier circunstancia. Llegó el verano y Elisa no tuvo más remedio que resignarse a dejar de ver a su “príncipe azul” durante unos meses. Menos mal que para entonces, ya sabía que era un soltero de oro. Había tenido numerosos romances de juventud, un hijo, y varias historia pasajeras con alguna compañera pero, al menos, aparentemente el corazón del catedrático estaba libre como el viento.

A finales de Agosto, Elisa asistió a un concierto de música barroca en la Iglesia del Salvador. La había invitado su amiga Sara que estudiaba piano en el conservatorio. Casualmente, el novio de Sara llegó esa misma tarde de Heidelberg , de manera que Elisa no tuvo más remedio que ir sola. Llegó temprano, se sentó y comenzó a hojear el libreto de la programación. Tenía los labios resecos, buscó en su bolso el tarrito de bálsamo y se aplicó un poco con el dedo meñique. Se giró de manera instintiva para ver si había llegado mucha gente y fue en ese preciso instante cuando le vio entrar. Un extraño hormigueo le recorrió la espalda desde la cintura hasta el cuello. Sentía que el corazón acabaría saliéndosele del pecho y aterrizando sobre el órgano de la iglesia. – ¡No por favor! –dijo casi sin mover los labios. Mientras entablaba un duelo a muerte contra sus propias lagrimas. “¿Quién es esa rubia? –pensó- No puede ser que tenga novia y menos esa novia. ¡Madre mía es guapísima!. No, esto no me puede pasar ahora.” El amor de su vida avanzó junto a su acompañante y se paró justo dos filas delante de Elisa. Beso a la rubia en la mejilla y se despidió de ella, que continuó hasta la primera fila para sentarse junto a una señora mayor con aspecto de tener un apellido de los de toda la vida. Elisa sintió que la sangre volvía a correr por sus venas. “Hay un asiento libre a su izquierda. -pensó- ¿Qué hago? ¿Me levanto y me siento a su lado? ¡Se acabó!. Esto ha sido un aviso. No pienso volver a vivir esta angustia nunca más. Así que Sr. Valpuente allá voy”. Ni corta ni perezosa se levanto y se sentó junto a él:

-Hola. Buenas tardes D. Carlos –dijo temblando.
-¡Vaya!. Buenas tardes Elisa –dijo él sorprendido- Que casualidad verla por aquí.
-Pues la verdad es que si.
-¿Le gusta la música barroca? .
-Me gusta la música en general siempre que no resulte ruidosa.
-Estamos de acuerdo en eso –le dijo Carlos sonriendo-

Después del concierto, mientras salían de la Iglesia, Elisa pensó que tenía que hacer algo como fuera si no quería que aquello acabara siendo un mero encuentro casual. No podía perder la oportunidad de su vida. Ella no era de esas. En la calle hacía un calor insoportable, eran las nueve de la noche y el termómetro de la plaza marcaba 34º. “Ahora o nunca” –pensó.

-Disculpe, posiblemente le parecerá un atrevimiento por mi parte pero… hace mucho calor y conozco una terraza justo aquí al lado donde poder tomar algo fresco. Es un lugar muy agradable. Si me permite invitarle yo…


-No –dijo Carlos sin dejar que ella terminara su frase.

Elisa pensó que todo acababa en aquel momento. Se sintió tan ridícula que no le hubiera venido mal que la tierra se la hubiese tragado en aquel preciso instante, pero Carlos continuó hablando:

-De ninguna manera. Los hombres de mi edad no tenemos por costumbre admitir invitaciones de Señoritas, por el contrario, solemos estar encantados si son ellas las que admiten las nuestras, así que si me permite.-le dijo mientras con la mano hacía el típico gesto de “después de usted”.

-Será un placer –contesto Elisa suspirando y haciendo un amago de reverencia que provoco una amplia sonrisa en Carlos.

Llegaron a la terraza. Ella pidió una Coca-Cola y él agua mineral con gas. Un joven violinista, que interpretaba piezas a petición del público que se sentaba en los veladores de la plaza, se acercó a Elisa y le dedicó "El Adagio de Albinoni". Mientras sonaba la música, Elisa, temblorosa, miraba de reojo a Carlos que sonreía amablemente al joven músico.Sin duda, el catedrático era un hombre sumamente atractivo que parecía irradiar una luz especial. Miraba de una manera diferente, quizá porque era capaz de ver mucho más allá de lo que podía hacerlo cualquier otra persona que Elisa hubiera conocido. Posiblemente había sido un conquistador, tal vez todavía lo era pero, por primera vez (meses después se lo confesaría a Elisa), Carlos se dio cuenta de su extraña necesidad de no separarse de aquella muchacha.

Hablaron de infinidad de cosas. A cada minuto,  a cada instante, Elisa se daba cuenta de que su admiración por Carlos iba creciendo. Era tal y como lo había imaginado: Inteligente, sencillo, divertido y sobre todo, buena persona. Ella le miraba como se mira a un dios y él no dejaba de reír mientras escuchaba con atención las ocurrencias, explicaciones y versiones que sobre cualquier acontecimiento o situación le brindaba Elisa.

Después del refresco fueron a cenar y después de aquella cena vinieron más conciertos, más cenas, teatro, talleres de lectura, cine y paseos, hasta que un día, como llega todo lo que no quiere irse nunca, lentamente y con mesura, llegaron los primeros besos.

Meses después, durante un fin de semana en la sierra, Carlos se quedo mirando fijamente a Elisa como si nunca antes la hubiera visto de aquella manera:

-Me atormenta esta situación. Quiero mi futuro a tu lado, estoy seguro de ello, pero me asusta lo que pueda ocurrir -Le decía Carlos mientras le acariciaba el pelo con ternura- A menudo pienso ¿Qué pasará cuando tu cumplas los cuarenta y dos años que yo tengo ahora?


-Pues pasará que, posiblemente, tu ya estarás jubilado y podremos dedicarnos a dar la vuelta al mundo.- contestaba Elisa sonriendo.

-Fíjate como son las cosas, cuando tu merendabas pan con chocolate yo ya me había recorrido media Europa y estaba apunto de ser padre. –le decía Carlos moviendo la cabeza con resignación.

-Vale. Pues cuando demos la vuelta al mundo no pasaremos por esos países para que no tengas que repetir si no quieres –decía Elisa divertida mientras se ponía de puntillas para besar a Carlos en los labios- ¿Qué me importa lo que pueda pasar dentro de veinte años? No me gusta pensar a tan largo plazo. Además, tienes que reconocer que, en el fondo, has pasado toda tu vida esperándome.


-Si, creo que eso es verdad. Que pequeñita eres- le decía Carlos sonriendo.

-No. Es que tu eres muy alto. Yo mido 1.60, lo mismo que un borrico cordobés. –dijo Elisa con mucha dignidad.

El agua se había quedado fría y la música había dejado de sonar. Miró el reloj, había estado allí más de media hora. Salió de la bañera, se seco con rapidez y se puso el pijama. Le encantaba aquel olor a ropa limpia. Entró en la cocina y abrió el frigorífico. No tenía mucho apetito así que cogió un yogur y una cucharilla y se sentó en el salón para abrir el correo. Miró la foto de las últimas vacaciones que pasaron juntos en Cuba. ¡Le echaba tanto de menos! Hacía tres meses que no estaba y, desde entonces, solo le reconfortaba recordar y recordar todos los momentos que habían pasado juntos.

-Es como si ya nada nuevo tuviera sentido. Estoy subsistiendo con todo aquello de lo que he alimentado mi alma durante estos años. Viviendo de las rentas del corazón. –decía una noche a su hija Andrea al poco de morir Carlos.

-Mamá. ¿Te parece poco?  Estos años que has pasado siempre te seguirán dando fuerza para continuar. La vida se nutre de la propia vida. Tu te nutres del recuerdo de papá. Te garantizo que conozco pocas cosas que tengan más vida que eso. –le decía Andrea intentando animarla.

-¿Palabra de bióloga? –Le preguntó Elisa sonriendo.

-Por supuesto y palabra de amor, porque ya sabes que yo lo del honor lo tengo conceptuado de otra manera -le contestó Andrea mientras le apretaba la mano y le guiñaba un ojo.

El sonido del teléfono sobresaltó a Elisa que estaba recostada en el sillón con los ojos cerrados. Se incorporó y miró el reloj nuevamente. Las nueve y media.

-Diga –contestó.

-¿Si? ¿Es la señora de la casa? –preguntó una voz al otro lado del teléfono.

- Si, dígame –contestó Elisa mecánicamente.

-Disculpe, mi nombre es Mirta Suarez y la llamo para informarle sobre nuestra nueva promoción de colchones viscoelasticos, dotados de cámara de aire y capa de mentol refrescante para la cara de verano, y de algodón para la cara de invierno. En la actualidad, y solo durante los próximos quince días, con la compra de uno de nuestros colchones recibirá completamente gratis dos almohadas viscoelasticas para un completo descanso. De estar interesada, y si efectúa su pedido en los próximo tres días, recibirá también, completamente gratis, un edredón de pluma disponible en cuatro colores, marrón chocolate, verde bosque…


-Disculpe Señorita… Mirta –interrumpió Elisa.

-Como no Señora dígame –contesto la televendedora al otro lado.

-La verdad es que estoy absolutamente asombrada de su rapidez y fluidez verbal. Creo que es usted una estupenda profesional de la venta telefónica. Es más, estoy segura de que sus colchones deben ser lo mejor para el descanso pero, francamente, no pierda su tiempo conmigo, no voy a comprar ningún colchón. De todas formas muchas gracias por la información. Buenas noches. – se despidió Elisa.

-Buenas noches señora. Un placer. – contestó la vendedora.

Cuando colgó el teléfono, Elisa pensó en la pobre muchacha. Vendiendo colchones a las nueve y media de la noche. Sintió remordimientos, como si en parte fuera culpable del destino de aquella pobre mujer por no haberle comprado el colchón. Pensó en su vieja librería. En las berenjenas rellenas y el helado de fresa. En los libros electrónicos. En el campamento urbano de Andrea… “Quizá todavía se pueda hacer algo con esta vida. –Dijo en voz baja mientras se asomaba al ventanal del salón- Otra vez esta lloviendo. Este invierno esta siendo largo… muy largo y muy frio.

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