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lunes, 27 de julio de 2009

Número 9 - 3º Piso, Puerta - A (Capítulo V)



El timbre sonó e Isabel se dirigió presurosa hacia la puerta para recibir a su hermano. Abrió sólo unos centímetros y asomó la cara para decirle a Curro:

-Lo siento señor, en esta casa ya hemos dado para el Domund.

-Que graciosa, si tu no tienes años para eso. ¿Que sabrás tu del Domund? –dijo Curro mientras Isabel abría la puerta y le abrazaba con fuerza.

- Bueno tengo la imagen de niñas que pedía por las calles con unas huchas increíblemente precintadas con cinta adhesiva, ya sabes, esa que se utiliza para embalar. ¡Cualquiera se quedaba con dinero! –comentó Isabel mientras pasaba un brazo por la cintura de Curro y apoyaba la mejilla sobre el hombro de su hermano.

-Si, parece ser que la confianza en el ser humano nunca fue el fuerte de los organizadores de la cuestación ¿recuerdas lo que opinaba papá sobre este tipo de cosas? “Bien me quieres bien te quiero pero, ¡Ay! No me toques el dinero”-contestó Curro mientras besaba en la cabeza a Isabel.- ¿Dónde está la reina del castillo?


-Está en la cocina terminando de preparar el relleno de las berenjenas y el helado. Por cierto, Adela vino esta mañana para prepararte una tarta de manzana. Bueno, la verdad es que también vino para verme, no pretendas tu acaparar todo el protagonismo ¿Eh? –Dijo mientras se dirigían hacía la cocina.

-¡Menos mal! –dijo Elisa levantando las manos - Creí que nunca pasaríais del recibidor, con las ganas que tenía de verte –dijo mientras caminaba hacía Curro abriendo los brazos.

-¿Cómo está la chica de mis sueños? –Preguntó Curro mientras abrazaba a Elisa y la levantaba girando con ella por toda la cocina.

-Pues está mayor, porque ya no resiste tantas vueltas –contestó Elisa riendo mientras Curro simulaba bailar un vals.

-Bueno bueno, suelta ya a esta reina decadente y siéntate con tu hermana –dijo Elisa- Voy a preparar la merienda. Le he dicho a Isabel que está más delgada y, ahora que me doy cuenta, tu también has perdido peso, así que quiero ver como os coméis un buen trozo de esta delicia cada uno.- Dijo Elisa mientras los miraba con ternura colocando la tarta sobre la mesa.

-No lo dudes –dijo Curro- pero si esa tarta viniera acompañada de un maravilloso café-crema de esos que tu preparas, sería lo más grande que le puede pasar a nadie un Sábado de invierno a las seis de la tarde.

- Eso está hecho –contestó Elisa mientras manipulaba una maquina de café ultramoderna que le habían regalado, hacía dos años, durante una convención que organizó un grupo editorial en Barcelona- ¿Tu quieres uno Isabel?

-¿Puede ser un cappuccino?- preguntó Isabel.

-¡Claro que puedes ser! Con esta cafetera soy invencible –respondió Elisa sonriendo.

Pasaron el resto de la tarde bromeando. Isabel y Curro no paraban de recordar historias y anécdotas de la infancia mientras Elisa sonreía y, de vez en cuando, matizaba con pequeños detalles que ellos habían olvidado.

Después de la cena, Curro les contó con más detenimiento como le había ido el último mes en Inglaterra, les enseñó las fotos que había traído de Carlitos y les adelantó que posiblemente, en Septiembre, volviera a Londres para retomar su antiguo trabajo.

-Cada vez me cuesta más separarme del niño. Creo que fui un poco egoísta al convencer a Sara de que en España estaríamos mejor. Ella siempre se sintió extraña aquí. En estos días me he planteado pedirle una segunda oportunidad, la echo de menos. Supongo que sigue siendo la mujer de mi vida –dijo Curro mientras jugueteaba con la cuchara de postre haciéndola girar sobre si misma, al tiempo que miraba a Elisa que, en ese momento, comenzaba a retirar los platos de la mesa.

-Entonces creo que no sólo debes pedirle a Sara esa oportunidad, piensa en concedértela también a ti mismo. Uno siempre debe estar allí donde se encuentra su corazón– dijo Elisa aproximándose a Curro que extendiendo su brazo la rodeaba por la cintura y le tomaba la mano para besársela.

-He tenido mucha suerte con tenerte en mi vida. Tengo muchas razones para admirar a papá y estarle agradecido, pero sobre todo porque siempre supo elegir y cuidar lo mejor que la vida le ofrecía en cada momento. Tengo una madre estupenda y te tengo a ti que eres mi pequeña brújula –dijo Curro.

-¿Debo entender que yo no entro en el lote porque papá no me eligió? ¿Acaso Andrea y yo somos las hermanastras malas del pequeño “ceniciento”? –preguntó Isabel mientras reía y lanzaba una servilleta que dio de lleno en el rostro de Curro.

-En fin, ni yo podría haber hecho mejor definición. –contesto Curro devolviendo la servilleta a su hermana mientras Elisa se alejaba sonriendo con algunos platos.

-Me hubiera gustado ver a Andrea –dijo Curro bajando el tono de voz y dirigiéndose a Isabel mientras Elisa estaba en la cocina- No se porque siempre tengo la sensación de que es demasiado… demasiado niña para enfrentarse sola al mundo. La veo especialmente vulnerable. Será porque es la pequeña de la casa. Además, la mirada de Elisa es demasiado triste, la ha tenido en casa hasta hace poco y ahora, al no estar papá, las ausencias se hacen más pesadas. Creo que en estos momentos nos necesita aquí más que nunca…

-Andrea es muy valiente –interrumpió Elisa entrando en el comedor y acercándose a la mesa para depositar una bandeja con bombones- Es la más libre de todos nosotros, siempre lo ha sido. Cada día le agradezco su generosidad. Desgraciadamente, hay pocas personas en el mundo que pongan su alma y su corazón en aquello que hacen para luego regalarlo a los demás sin esperar nada a cambio. ¿Conocéis un amor mayor que ese? ¿No es eso fortaleza?- preguntó Elisa- Isabel –continuó hablando mientras miraba a su hija con ternura- Tiene muy claro como quiere dirigir su vida y hacia donde quiere ir. Desde muy niña nos sorprendía con sus asombrosos razonamientos. Es luchadora, sincera, tenaz y ecuánime. Sufre como propio el dolor de aquellos a los que ama y nada la hace más feliz que ver alegres a los que la rodean, por eso siempre nos hace reír. Tu, Curro –prosiguió Elisa con dulzura – Eres mi niño grande. Me recuerdas a tu padre y eso me reconforta. Estoy orgullosa de sentirte mi hijo porque eres una persona honesta, justa y de maravillosos sentimientos que, además, se preocupa mucho por mi. Te hecho de menos cuando no estás, pero espero y deseo que vuelvas a Inglaterra y recuperes tu felicidad junto a Sara y Carlitos. –Elisa hizo una pausa para sentarse, apoyó los codos sobre la mesa y cruzo las manos a la altura de la cara para seguir hablando- Es así como os necesito, viviendo vuestras vidas y buscando vuestra felicidad. Lo importante no es que estéis aquí, lo realmente importante es que cada día me hagáis saber que en Madrid, Barcelona y Londres, tengo el cariño y el respeto de tres maravillosos hijos que luchan por ser dichosos. He tenido el privilegio de vivir toda mi vida junto al hombre de mis sueños y tengo amigos que me han acompañado en todos los momentos importantes por los que he pasado. Sin duda, soy una mujer muy afortunada -Elisa guardó silencio nuevamente y miró al frente para descubrir el brillante temblor de las lagrimas que estaban a punto de brotar de los ojos de Isabel y el gesto emocionado de Curro- ¡y lo seré mucho más si estos chicos que han cenado como campeones me ayudan a ordenar la cocina! – terminó diciendo mientras reía.

Llovía casi torrencialmente y el ruido del agua sobre los cristales de la terraza hacía sospechar lo que sería una cruda noche de invierno. A pesar de la recomendación de Elisa y la insistencia de Isabel para que se quedara a dormir, Curro se fue sobre las once y media. Tenía una cita por la mañana con un amigo y prefería despertar en casa.

-Vendré mañana por la tarde para acercarte a la estación –dijo Curro tras besar a su hermana Isabel.

-Genial, no sabes lo que te lo agradezco –contesto Isabel- Así podré disfrutar un poco más haciéndote rabiar sin que mamá te defienda.

Curro, haciendo una mueca de burla se acerco a Elisa y la abrazó muy fuerte mientras le besaba el pelo.

-Hasta mañana –le dijo- Que descanses.

-Hasta mañana hijo. Ten cuidado en la carretera –contestó ella.

Elisa cerró la puerta con dos vueltas de llave y colocó la cadena de seguridad. Comprobó que todas las luces estaban apagadas y desconectó la calefacción del comedor mientras Isabel la seguía observando cada uno de sus movimientos. Durante toda su vida había visto hacer exactamente lo mismo a su padre, con los mismos gestos, de la misma manera. Sintió que su madre estaba haciendo todo aquello como si se tratase de un ritual en el que encontraba consuelo, como si continuar con las rutinas de su marido la hicieran sentir que, de alguna manera, seguía allí, a su lado.

-Madre –dijo Isabel entrando en la cocina detrás de Elisa- Te sientes muy sola ¿verdad?

-La soledad no se siente mucho o poco se siente y nada más, pero no, no me siento sola, me acompañan miles de recuerdos. -contestó Elisa.

-Si claro, eso es muy hermoso pero… ¿No tienes sensación de vacio?– Preguntó Isabel.

-No, todo lo contrario, tengo la sensación de estar en paz -contestó Elisa.

-¿No hay algo que te apetezca aprender o algo que quieras comenzar? ¿Nunca piensas en el futuro, en lo que te gustaría hacer? –volvió a preguntar Isabel.

-Si, lo pienso y lo pensaré cada día durante el resto de mi existencia: Daría lo que me queda de vida por un abrazo de tu padre. –dijo Elisa.

-Madre –dijo Isabel-  Me parece mentira que durante un tiempo no hayamos tenido buena relación. En el fondo somos muy parecidas.

-Precisamente por eso. Toda la fuerza la ejercíamos en la misma dirección y eso descompensaba las cosas, pero nunca fue nada grave ¿no crees? Además, ya hace mucho tiempo de eso. –dijo Elisa-

-¿Sabes? cuando era pequeña no me gustabas. Me dolía pensar que papá te quería más que a nada en este mundo. Me desesperaba comprobar que eras perfecta en todo –dijo Isabel.

-Lo recuerdo –dijo Elisa sentándose en una de las sillas que rodeaban la mesa de la cocina- Me di cuenta de lo mal que lo pasabas. Me hice mil reproches e intenté cambiar mi actitud pero, cuanto más quería acercarme a ti más lejos te sentía.

-¿Recuerdas cuando manché de lejía la chaqueta de papá? ¡Pobre Adela! casi le da un ataque. Lo hice porque deseaba que papá se enfadará contigo–confesó Isabel.

-Claro que lo recuerdo. Todos sabíamos que habías sido tu, pero fingimos ignorarlo. No tardaste ni dos horas en confesar. Creo que papá te lo agradeció durante toda su vida. ¡Como odiaba aquella chaqueta! –contestó Elisa sonriendo.

-Madre, a pesar de todo, sabes que siempre te he querido mucho ¿verdad? Aquello sólo fue un ataque de celos de preadolescente –dijo Isabel- Además, hoy he podido comprobar que no eres tan perfecta como pensaba.

-¿Nooo? y ¿en que te basas para afirmarlo tan rotundamente? –preguntó Elisa soltando una carcajada.

- El relleno de las berenjenas te ha quedado un poco soso –dijo Isabel casi en susurro acercándose a su madre y besándola en la mejilla.

-¡Vaya! –dijo Elisa simulando un tono apesadumbrado- Creo que es por la falta de práctica.

-Tendremos que venir más a menudo entonces –dijo Isabel riendo-

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